Desarrollos teóricos han definido a la sociedad actual como sociedad del cansancio, sociedad del Burnout, sociedad de la transparencia (Han, 2015). En esta línea de pensamiento se ha conceptualizado al Síndrome de Burnout como una de las patologías más relevantes de nuestra época. Desde una lectura antropológica se ha identificado al sufrimiento causado por la falta de sentido existencial (Frankl, 1995), como construcciones intra e intersubjetivos de proyectos de vida vaciados de realización de valores (Pérez Jáuregui, 1998, 2015), en los cuales el Síndrome de Burnout implica ese vaciamiento de sentido por sobreadaptación laboral y una posición de enrolamiento enajenante en la relación con el trabajo.
El Burnout puede definirse como «una respuesta a un estrés emocional crónico cuyos rasgos principales son el agotamiento físico y psicológico (emocional), una actitud fría y despersonalizada en la relación con los demás (pacientes) y un sentimiento de inadecuación a las tareas que se han de desarrollar (reducción del sentido de realización personal). (Maslach y Jackson, 1982)
El síndrome del trabajador quemado (burnout) figurará en la próxima Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) de la Organización Mundial de la Salud (OMS) como un problema asociado al empleo o al desempleo. Este trastorno, asociado al estrés crónico en el trabajo, ya estaba en la anterior edición del catálogo (de 1990), pero en un epígrafe más inconcreto (problemas relacionados con dificultad en el control de la vida).
Este síndrome fue descrito por primera vez en 1969 por H.B. Bradley como metáfora de un fenómeno psicosocial presente en oficiales de policía de libertad condicional, utilizando el término staff burnout. Posteriormente en el año de 1974 Freudenberger propone un concepto centrado en un estudio netamente organizacional. En el año de 1980, Freudenberger amplía su teoría y conceptualización agregando que estos sentimientos se deben a cargas irracionales de trabajo que ellos mismos o quienes los rodean les imponen. Para este mismo año aparece Cherniss quien lo conceptualiza como un proceso y propone 3 momentos, uno asociado a un desequilibrio entre la carga laboral y las posibilidades del sujeto de responder de forma óptima a esta, un segundo momento que habla de la presencia de una respuesta emocional negativa fuerte y un último momento que propone un cambio conductual y actitudinal en el que se sumerge el sujeto. Contemporánea a esta propuesta surge la de Edelwich y Brodsky, quienes lo relacionan más a una pérdida progresiva de la energía, motivación e ideal asociada a las profesiones de ayuda a su cargo y proponen también fases progresivas, entusiasmo, estancamiento, frustración y apatía.
Por otro lado, en el año 1976 la psicóloga social Christina Maslach lo presenta ante un congreso de la Asociación Estadounidense de Psicología definiéndolo como un síndrome tridimensional que consideraba como dimensiones de análisis a los siguientes constructos: agotamiento emocional, despersonalización y baja realización personal, y que ocurriría entre sujetos que trabajan en contacto directo con clientes o pacientes.
En general los más vulnerables a padecer el síndrome son aquellos profesionales en los que se observa la existencia de interacciones humanas trabajador-cliente de carácter intenso o duradero. El síndrome de desgaste profesional es muy frecuente en personal sanitario (médicos, enfermeras/os, farmacéuticos, odontólogos, nutricionistas, psicólogas/os, terapeutas ocupacionales, trabajadores sociales, terapeutas familiares y consejeros matrimoniales, así como personal administrativo) y docente.
Lo principal es un fuerte sentimiento de impotencia, ya que desde el momento de levantarse ya se siente cansado. El trabajo no tiene fin y, a pesar de que se hace todo para cumplir con los compromisos, el trabajo nunca se termina. La persona que lo padece se vuelve anhedónica, es decir, que lo que anteriormente era motivo de alegría ahora no lo es, en otras palabras, pierde la capacidad de disfrutar. Aun cuando se tiene tiempo, se siente siempre estresado. A diferencia de lo que ocurría al principio, el trabajo ya no produce incentivos para la persona afectada con desgaste profesional. Visto por otras personas, aparenta sensibilidad, depresión e insatisfacción.
En general se proponen cuatro fases por las cuales pasa un individuo que atraviesa el Burnout: a) Etapa de idealismo y entusiasmo: La persona que presta ayuda posee un alto nivel de energía para el trabajo que se traduce en expectativas poco realistas. Hay una hipervalorización de su capacidad profesional que le lleva a no reconocer los límites internos y externos, algo que puede repercutir en sus tareas profesionales. Al no poder cumplir con sus expectativas aparece un sentimiento de desilusión; b) Etapa de estancamiento: La persona constata la irrealidad de sus expectativas, comienza una etapa de disminución de las actividades que venía desempeñando, pérdida del idealismo y del entusiasmo, comienza a reconocer que necesita algunos cambios en su vida y especialmente en el ámbito profesional; c) Etapa de apatía: Esta frustración de sus expectativas lleva a la persona a una paralización de sus actividades, desarrollando apatía y falta de interés. Es la fase central del Síndrome de Burnout donde empiezan a surgir los problemas emocionales, conductuales y físicos. Una de las respuestas características a este problema es ir tomando distancia, tratando de retirarse de la situación frustrante, intentos por evitar a los compañeros, ausencias al trabajo y, en casos muy extremos, abandono del mismo; d) Etapa de distanciamiento: Se presenta una inversión del tiempo de dedicación al trabajo con relación a la primera etapa. La persona se siente muy frustrada en su trabajo, siente un gran vacío que se puede manifestar en forma de un alejamiento emocional y una gran desvalorización profesional. Lo que en un principio era todo entusiasmo e idealismo ahora la persona pasa a evitar los desafíos, trata de no arriesgar la seguridad que le proporciona el trabajo porque aunque no se siente motivado necesita la compensación económica, pero, inevitablemente, va entrando en una espiral de dificultades que lo llevan a alejarse más aún.
Desde un punto de vista psicoanalítico es fundamental hablar del "ideal del yo" para comprender el burnout. Freud no otorga un sentido unívoco al concepto de “ideal del yo”. En Introducción al narcisismo (1914), el término “ideal del yo” aparece para designar una formación intrapsíquica relativamente autónoma cuyo origen es principalmente narcisista: “Lo que el hombre proyecta ante sí como su ideal es el sustitutivo del narcisismo perdido de su infancia; en aquél entonces él mismo era su propio ideal”. Freud compara este estado narcisista con un verdadero delirio de grandeza y es abandonado a causa de la crítica que ejercen los padres sobre el niño. En su texto de 1914 Freud nos orienta a comprender la evolución humana en términos de la nostalgia por la pérdida del paraíso y dice: “El desarrollo del yo consiste en un distanciamiento respecto del narcisismo primario y engendra una intensa aspiración a recobrarlo”; completa la idea aclarando que este distanciamiento ocurre por medio del desplazamiento de la libido a un “ideal del yo”. En El yo y el Ello (Freud, 1923) aparece por primera vez el término “superyó”, considerado como sinónimo de “ideal del yo”. En las Nuevas lecciones de introducción al psicoanálisis, Freud (1932) realiza una nueva distinción en el superyó como estructura global que involucra tres funciones: “autoobservación, conciencia moral y función de ideal”. Freud ilustra la distinción entre estas dos últimas funciones o sea la conciencia moral y la función de ideal, estableciendo la diferencia entre el sentimiento de culpa y el sentimiento de inferioridad. Estos dos sentimientos (culpa e inferioridad) son el resultado de una tensa relación entre el yo y el superyó: la culpa guarda relación con la conciencia moral y el sentimiento de inferioridad con el “ideal del yo” en tanto es amado más que temido.
Freud da a entender que “si el hombre se afana sin descanso en la búsqueda de la perfección perdida, jamás podrá alcanzarla verdaderamente”; es lo que Chasseguet-Smirgel da en llamar la enfermedad de la idealidad universalmente difundida.
Este concepto de la enfermedad de la idealidad, llevado a la vida práctica, fue retomado por los autores de El coste de la excelencia (Aubert y Gaulejac, 1993) para describir la dinámica de un tipo de enfermedad que afecta a personas que alimentan un ideal elevado del yo y que han puesto todo su empeño en alcanzar ese ideal. La mayoría de los que terminan siendo víctimas de esta nueva manera de enfermar, son personas que han trabajado enérgicamente para alcanzar un objetivo, su horario está completo de actividades, siempre darán más de sí que lo que les corresponde, son líderes que no admiten que puedan tener límites y que se queman a fuerza de exigirse demasiado. De hecho, dicen los autores, si esta enfermedad alcanza a cierta categoría de personas es porque se trata específicamente de la enfermedad de la idealidad. Los individuos que poseen un elevado “ideal del yo” con frecuencia han forjado ese ideal en la infancia, a veces a instancias de los padres que han impulsado al niño a superarse a sí mismo para ajustarse a una imagen ideal, posiblemente ideal para estos padres. Pero la presión que empuja al sujeto a “convertirse en otro” puede tener un origen interno, desencadenado por la admiración sentida por tal o cual persona o tal o cual estilo de vida idealizado.
Desde un punto de vista psicoanalítico es fundamental hablar del "ideal del yo" para comprender el burnout. Freud no otorga un sentido unívoco al concepto de “ideal del yo”. En Introducción al narcisismo (1914), el término “ideal del yo” aparece para designar una formación intrapsíquica relativamente autónoma cuyo origen es principalmente narcisista: “Lo que el hombre proyecta ante sí como su ideal es el sustitutivo del narcisismo perdido de su infancia; en aquél entonces él mismo era su propio ideal”. Freud compara este estado narcisista con un verdadero delirio de grandeza y es abandonado a causa de la crítica que ejercen los padres sobre el niño. En su texto de 1914 Freud nos orienta a comprender la evolución humana en términos de la nostalgia por la pérdida del paraíso y dice: “El desarrollo del yo consiste en un distanciamiento respecto del narcisismo primario y engendra una intensa aspiración a recobrarlo”; completa la idea aclarando que este distanciamiento ocurre por medio del desplazamiento de la libido a un “ideal del yo”. En El yo y el Ello (Freud, 1923) aparece por primera vez el término “superyó”, considerado como sinónimo de “ideal del yo”. En las Nuevas lecciones de introducción al psicoanálisis, Freud (1932) realiza una nueva distinción en el superyó como estructura global que involucra tres funciones: “autoobservación, conciencia moral y función de ideal”. Freud ilustra la distinción entre estas dos últimas funciones o sea la conciencia moral y la función de ideal, estableciendo la diferencia entre el sentimiento de culpa y el sentimiento de inferioridad. Estos dos sentimientos (culpa e inferioridad) son el resultado de una tensa relación entre el yo y el superyó: la culpa guarda relación con la conciencia moral y el sentimiento de inferioridad con el “ideal del yo” en tanto es amado más que temido.
Freud da a entender que “si el hombre se afana sin descanso en la búsqueda de la perfección perdida, jamás podrá alcanzarla verdaderamente”; es lo que Chasseguet-Smirgel da en llamar la enfermedad de la idealidad universalmente difundida.
Este concepto de la enfermedad de la idealidad, llevado a la vida práctica, fue retomado por los autores de El coste de la excelencia (Aubert y Gaulejac, 1993) para describir la dinámica de un tipo de enfermedad que afecta a personas que alimentan un ideal elevado del yo y que han puesto todo su empeño en alcanzar ese ideal. La mayoría de los que terminan siendo víctimas de esta nueva manera de enfermar, son personas que han trabajado enérgicamente para alcanzar un objetivo, su horario está completo de actividades, siempre darán más de sí que lo que les corresponde, son líderes que no admiten que puedan tener límites y que se queman a fuerza de exigirse demasiado. De hecho, dicen los autores, si esta enfermedad alcanza a cierta categoría de personas es porque se trata específicamente de la enfermedad de la idealidad. Los individuos que poseen un elevado “ideal del yo” con frecuencia han forjado ese ideal en la infancia, a veces a instancias de los padres que han impulsado al niño a superarse a sí mismo para ajustarse a una imagen ideal, posiblemente ideal para estos padres. Pero la presión que empuja al sujeto a “convertirse en otro” puede tener un origen interno, desencadenado por la admiración sentida por tal o cual persona o tal o cual estilo de vida idealizado.
Muchas veces, ayudar a otro o trabajar con relación a cuidados es un intento de reparar ciertas “heridas” personales. En este tipo de actividad, se pone en juego el equilibrio narcisista del sujeto que conforma el equipo de salud. Existe una constante exposición a la tensión tanto libidinal como agresiva de los pacientes que, debido a su fragilidad, cuestionan todo o casi todo produciendo en el personal de blanco importantes frustraciones que lo alejan del “ideal de saber todo” o, en todo caso, en la suspensión de la idea de “poder con todo”. Poseer una conformación psíquica narcisista le exige, casi continuamente, estar ubicado en el lugar del “ideal”.
Por lo tanto y para finalizar, una persona que trabaje con pacientes con elevado ideal del yo y con gran motivación, es proclive a padecer Burnout y, como hemos visto, cada persona que lo sufre está pagando un alto precio por su salud personal, también la de los pacientes, sus familiares o la institución para la que trabaja. En estas circunstancias, termina por pensar que aislar sus emociones y proporcionar un cuidado frío y mecánico al paciente, es todo lo que puede dar de sí, es cuando se da el proceso de quemadura interna llamada “enfermedad de la idealidad”.
‘La enfermedad de la idealidad’(N. y Gauleja, 1991) refinan la concepción del burnout y lo consideran una fruto de un enganche maligno entre el funcionamiento psíquico individual y el funcionamiento de las instituciones-organizaciones. Es decir, no acentúan la influencia de las víctimas en la aparición de la enfermedad sino apuntan al funcionamiento de las instituciones.”
Tomando esta definición podemos pensar en la relación entre el psiquismo individual, portador de su sistema de ideales, y la modalidad de las instituciones en las que se producen determinados abordajes profesionales.
Podemos considerar que cierto aspecto del ideal está logrado, por ejemplo: cuando un profesional –que trabaja apuntando a proveer alternativas de resolución a una problemática social determinada- es reconocido por su desempeño, efectuado con seriedad y capacidad, y tiene una remuneración acorde; así, lo deseado, ideal, y lo obtenido, real, podrían no entrar en tensión.
Podemos considerar que cierto aspecto del ideal está logrado, por ejemplo: cuando un profesional –que trabaja apuntando a proveer alternativas de resolución a una problemática social determinada- es reconocido por su desempeño, efectuado con seriedad y capacidad, y tiene una remuneración acorde; así, lo deseado, ideal, y lo obtenido, real, podrían no entrar en tensión.
Por el contrario, cuando esto no se logra, o se logra sólo una pequeña parte, pensemos cómo puede sentirse el profesional ante la fuerte tensión entre lo deseado y la realidad de su quehacer profesional diario. Es el caso del profesional que trabaja seriamente en lo suyo, sin obtener reconocimiento institucional ni económico, en un clima laboral que produce un continuo desgaste ya sea por la falta de un espacio adecuado para trabajar cómodamente, por mala relación al interior del equipo, o por continuas presiones institucionales.
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