jueves, 27 de agosto de 2020

No es depresión postvacacional, es la precariedad laboral.

Se define este síndrome como el conjunto de síntomas que puede padecer un trabajador al reincorporarse a su puesto de trabajo después de un periodo de vacaciones. Estos consisten  principalmente en: cansancio generalizado, dolor muscular y alteraciones del sueño y del apetito. Además de ir acompañado de falta de motivación, tristeza e irritabilidad. Suele durar de 2 a 3 días a un máximo de 21 días hasta que la persona se vuelve adaptar a su nueva realidad. Cuando el malestar persiste en el tiempo puede generar trastornos de ansiedad  y/o depresión. Diferentes estudios señalan que entre un 25 y un 30% de los trabajadores van a padecer este síndrome post-vacacional.



Más de un tercio de nuestra vida tiene lugar en el puesto de trabajo, y para muchas personas transcurre a disgusto. Estudios muy recientes sobre la satisfacción laboral han evidenciado que algo más del 50% de los empleados en EE.UU. padecen estrés por culpa del trabajo. Incluso un porcentaje muy importante, en torno al 35%, consideran que están «quemados». Por otra parte, los cambios constantes de propiedad de las empresas, las drásticas reducciones de personal, las reconversiones de los departamentos, el trabajo desorganizado, la incomunicación, la presión, la falta de motivación y de proyectos y sobre todo la precariedad facilitan enormemente este caldo de cultivo adecuado para el llamado síndrome postvacacional. 



Según Knowlton, director de la Nortwester National Life Insurance, el estrés en el trabajo está claramente infravalorado y la incidencia de enfermedades secundarias al estrés laboral se están duplicando cada diez años. De hecho, recientemente Schnall en un trabajo publicado en el Journal of the American Medical Association ha comprobado que casi un 25% de los trabajadores padecen un estrés muy importante y, por tanto, tienen el triple de posibilidades de sufrir hipertensión y cardiopatía.

Yo no creo en este síndrome, de hecho creo que no es más que un síntoma de un problema de base mucho más grave, que es la precariedad laboral y la realidad de que para la inmensa mayoría de personas el hecho de ir a trabajar es un suplicio. Lo habitual es que tengamos empleos alienantes que impiden el desarrollo personal, la autorrealización y una vida armoniosa, saludable y social. No en vano la palabra trabajo viene del latín "tripaliare" que a su vez deriva de "tripalium" que era un instrumento de tortura para los esclavos. No está en nuestra naturaleza vernos forzados durante la mayor parte de nuestra vida adulta y sana a pasar horas haciendo algo que casi nunca nos gusta ni nos llena, que nos produce estrés y malestar y que limita nuestros horarios de sueño y de ocio. Como mucho podemos aspirar a un trabajo digno, en condiciones dignas, y más aún, que nos reporte una satisfacción si no moral al menos monetaria para poder proveernos de las cosas básicas que como seres humanos precisamos (vivienda, comida, ropa, etc...)



Por eso, cuando estamos libres de estas circunstancias distintas a la cotidianeidad del trabajo, de forma natural disfrutamos del paraíso perdido, de la libertad y el dolce far niente. No es necesario gozar de vacaciones paradisiacas en hoteles de lujo, sino que basta con librarse unos días del yugo de los horarios de mierda y de la actividad alienante para sentirse mejor, más libres y más humanos. Y por eso nos jode tener que volver a someternos, porque trabajar suele ser una obligación que muy pocos cumplen con gusto. 

No vivimos vidas acordes con nuestras necesidades humanas de autorrealización y desarrollo, simplemente "vamos tirando" en una sociedad en la que muy pocos pueden gozar de la suerte de tener una ocupación digna, satisfactoria y bien remunerada. 



https://www.elsevier.es/es-revista-medicina-integral-63-articulo-sindrome-postvacacional-10022200

https://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%ADndrome_postvacacional#:~:text=El%20s%C3%ADndrome%20postvacacional%2C%20se%20puede,rutinarias%20con%20un%20menor%20rendimiento.

https://www.juliapascual.com/depresion-postvacacional/

martes, 4 de agosto de 2020

Sonríe, aunque la vida te vaya en ello

La sonrisa es uno de los reflejos simples más valorados en la sociedad contemporánea. Aquellos que sonríen con frecuencia son considerados más amigables, competentes, sociables e incluso más atractivos. Sonreír nos acerca al resto de personas (y al resto de los mamíferos). Evidentemente, estamos hablando de sonrisas genuinas, no las artificiales que se saben que no son sinceras y que también percibimos. 


Sonreímos a menudo para expresar disfrute y satisfacción y eso no depende de la cultura a la que pertenezcamos. De los 19 tipos de sonrisas -reflejados en un estudio de la Universidad de San Francisco, en California, Estados Unidos- sólo 6 ocurren cuando estamos pasando un buen momento. El resto se produce cuando sentimos dolor, vergüenza, incomodidad, horror o cuando estamos tristes. Lo que se conoce como una sonrisa "sentida" o "Duchenne" y está asociada con sentimientos genuinos de placer y felicidad. 

Mientras que las sonrisas genuinas existen como una recompensa en momentos en que hemos hecho algo bueno para nuestra supervivencia, las que no están vinculadas con el bienestar tienen menos que ver con cómo nos sentimos y más con lo que le queremos mostrar a los demás. Muchas son un gesto amable para demostrar que estamos siguiendo las reglas, pero también pueden ser una forma efectiva de manipular a los demás o distraerlos de nuestros verdaderos sentimientos. Con mucha frecuencia, este símbolo universal de la felicidad se usa como una máscara.


De hecho, en el ámbito de la Psicología existe lo que se conoce como “depresión sonriente”. Esta persona brinda una apariencia de normalidad e incluso de felicidad, porque vive los síntomas de la depresión en su interior. En sentido general, la sonrisa equivale a un mecanismo de defensa, es una máscara que sirve para ocultar un estado. Un estudio particularmente interesante realizado en la Universidad Estatal de Michigan ha analizado el impacto de una sonrisa falsa en nuestro estado de ánimo.

Desde muy pequeña me han intentado inculcar que debía sonreír siempre, me sintiera como me sintiera. Mi abuela me decía cada vez que veía mi semblante serio "sonríe, la vida es bella". Y no dudo de que lo hiciera con buenas intenciones. Pero como ya hemos visto, una sonrisa forzada es una máscara que no sólo no produce bienestar sino que puede inducir estados de ánimo negativos como tristeza, irritabilidad y ansiedad.

Estamos en una sociedad en la que se valora la apariencia por encima de todo y por eso en incontables ocasiones la sonrisa es esa máscara de la que hemos hablado, ya para ocultar sentimientos dolorosos o simplemente para encajar y agradar. Sin olvidar los mandatos de género, que imponen que las mujeres debemos estar siempre sonrientes y complacientes. ¡Cuántas veces de niña y adolescente gente ajena, sobre todo viejos verdes, me gritaban por la calle sin conocerme de nada: "sonríe, que estás más guapa" o "¿y esa carita tan seria por qué?"!

La sonrisa es un código social que tenemos muy interiorizado, hasta el punto de que hay auténticos expertos en la sonrisa falsa, esa que a mí personalmente (y según los estudios a la mayoría de humanos mínimamente empáticos) me produce un rechazo y una repugnancia enormes. Por hipócrita, por falsa, por mentirosa, por impuesta. Porque no me fío del que siempre sonríe sin mostrar ninguna emoción.


No tengo nada en contra de la sonrisa genuina, de hecho me encantaría poder sonreír más, pero por lo que sea, no puedo. Y muchas otras personas tampoco. Y eso resulta desagradable, la falta de sonrisa resulta incómoda, porque es como quitarse esa máscara de lo socialmente aceptable y de la positividad tóxica. No nos gustan las emociones verdaderas, nos gustan las máscaras porque nos dan seguridad. No estamos preparados para afrontar las emociones negativas, ni en nosotros mismos ni en los demás. 
Hay que gritar a los cuatro vientos "sonríe, la vida es bella", "todo va a salir bien", "no te preocupes, no es para tanto" y seguir huyendo hacia delante hasta morir con la sonrisa puesta. 
Porque más vale morir con la máscara puesta que vivir sin sonreír.




https://lamenteesmaravillosa.com/poder-una-sonrisa/