miércoles, 12 de febrero de 2020

Maria Callas no murió por desamor

Maria Anna Cecilia Sofia Kalogeropoúlos (Nueva York, Estados Unidos, 2 de diciembre de 1923-París, Francia, 16 de septiembre de 1977), más conocida como Maria Callas, fue una soprano griega considerada la cantante de ópera más eminente del siglo XX. Capaz de revivir el bel canto en su corta pero importante carrera, fue llamada «La Divina» por su extraordinario talento vocal y actoral. El fenómeno Callas duró apenas algo más de una década, pero su irrupción en el mundo de la lírica dejó una marca imborrable y visionaria. 




El nombre de Maria Callas está asociado en la memoria colectiva a Aristóteles Onassis, el que se dice que fue el gran amor de su vida. Los grandes éxitos de su carrera, los que le garantizan uno de los lugares más importantes en la historia de la ópera, tuvieron lugar antes de su relación con él, por el que dejó la música coincidiendo con la pérdida de sus cualidades vocales. Después siguió cantando con mucha menos frecuencia hasta que se retiró completamente de los escenarios varios años antes de su muerte a los 53 años en 1977.




Tanto a la prensa de la época como a la mitología que la rodea les vino muy bien asociar su muerte repentina y prematura tras su retirada de la ópera a un suicidio por causa del desamor. Callas llevaba años encerrada en su apartamento de París tras haber perdido su voz y para colmo el magnate griego se casó sin previo aviso con Jackie Kennedy. Tenemos todos los ingrediente para una tragedia que remeda cualquier drama operístico de los que ella representó: el desengaño amoroso, la soledad, el aislamiento de la estrella en el ocaso de su carrera... Todo parece llevar a la idea romantizada del suicidio. Como vemos en estos extractos de la prensa reseñados abajo, se atribuyó a la ruptura amorosa con Onassis la pérdida de brillo y fuerza de su voz, además de su muerte.



"Este dolor emocional, sumado a la súbita pérdida de peso, aceleró el deterioro de su voz y le acarreó múltiples críticas, además de acortar su longevidad vocal".
"La prensa de la época difundió el idilio que, con el tiempo, acabó convirtiéndose en una tortuosa relación sentimental. No obstante, mientras duró su noviazgo, la soprano se retiró puntualmente y, a su regreso, por falta de práctica y tal vez de excesiva vida social, a nadie se le escapó que su voz había perdido fuerza".
"No ayudó tampoco que Onassis acabara casándose con Jackie Kennedy en 1968. Tanto eso como su muerte en 1975 sumieron a María en una depresión, que intentó superar con somníferos y antidepresivos. En 1977, recluida en su apartamento de París en la más completa soledad, se dejó morir de tristeza. Tenía tan solo 53 años".


Lo cierto es que hace pocos años un médico que la atendía en esa época ha declarado que Callas padecía una enfermedad autoinmune, dermatomiositis, que según unos expertos foniatras italianos han  demostrado estudiando vídeos y grabaciones sonoras de la cantante, habría sido la principal y verdadera causa del declive vocal de la Callas y de su retirada. Además parece que su muerte podría haber sido por un infarto de miocardio asociado a la propia enfermedad y al tratamiento con corticoides. 

La imagen romántica de la mujer atormentada por el desamor que decide suicidarse se nos desmorona ante esta nueva información. No cabe duda de que perder la voz tan pronto y tener que abandonar su carrera seguramente fue un duro golpe para ella, añadido a las infidelidades y los desplantes del narcisista de Onassis, pero a mí me ha encantado saber que tanto talento, tanta fuerza, tanta genialidad no se vieron eclipsados por una relación sentimental tóxica, sino que la enfermedad fue la principal causa de sus desgracias.
Maria Callas fue mucho más que la amante despechada de Onassis.



https://www.lavanguardia.com/cultura/20190224/46626874603/maria-callas-soprano-condenada-infidelidad.html
https://es.wikipedia.org/wiki/Maria_Callas
https://www.mercuriovalpo.cl/site/edic/20021013205624/pags/20021013213347.html
https://rpp.pe/vital/salud/dermatomiositis-la-enfermedad-que-le-quito-la-voz-y-la-vida-a-la-cantante-maria-callas-noticia-1151446

lunes, 10 de febrero de 2020

Depresión y suicidio, cómo ayudar.

Tuve una amiga muy querida que se suicidó.
Cuando eso ocurrió yo estaba viviendo lejos de ella, el trabajo nos había separado y aun así me siento culpable de no haber podido ayudarla más.



Ella era una persona que llevaba años con depresión, que no seguía los tratamientos y tendía a automedicarse. A veces era frustrante ser su amiga, porque tenía rachas en que no cogía el teléfono, no contestaba a los mensajes, no era posible contactar con ella. Cuando estaba bien era una persona entrañable, divertida, empática, con ganas de hacer cosas nuevas...
En aquella época ambas estábamos lejos de nuestras respectivas tierras y de nuestras familias, y apenas nos teníamos la una a la otra. El entorno laboral en el que estábamos era hostil y muy exigente a nivel profesional y emocional.
Yo no supe lo que le pasaba hasta que intentó suicidarse por primera vez. Sabía que tenía problemas, que se sentía sola, pero poco más. Esa primera vez yo no me enteré de nada, las compañeras de trabajo lo ocultaron y cuando volví de unas vacaciones sólo supe que estaba de baja. Se hizo un silencio sepulcral en torno al intento de suicidio de nuestra compañera y amiga. No se hablaba de ello en un entorno en el que tratábamos con personas con trastornos mentales. Admitir que una de nosotras era vulnerable y estaba sufriendo era como admitir que éramos humanas igual que nuestros usuarios y que podíamos enfermar también.


Creo que fui la única que habló con ella del tema, que le preguntó y que le insistía en que buscara ayuda profesional fuera de nuestro entorno. No porque yo fuera mejor o más solidaria o mejor amiga, sino porque la depresión es mi vieja compañera de viaje y sabía perfectamente por lo que estaba pasando. También sabía que lo que más necesitas es tener a una persona de tu lado que te escuche, que esté ahí y que te perdone todas tus neuras y altibajos. Creo que lo intenté al menos. Claramente no fue suficiente.

De las otras compañeras sólo percibía un interés superficial, porque al fin y al cabo, ¿quién quiere hablar del suicidio?, ¿quién tiene la capacidad de manejar todo lo que este tema remueve sin sentirse perturbada? Hubo incluso alguna compañera profesional de la salud mental que se atrevió a hacer su diagnóstico con juicio de valor incluido como si no estuviéramos hablando de una amiga, sino de un "caso" que no le concernía.
Sí, a todas nos concernía que una compañera dentro de un equipo de salud mental estuviera mal y que se hubiera intentado suicidar, pero ni siquiera en un entorno del que se podría esperar algo de comprensión y apoyo hubo una reacción no solo para ayudarla a ella, sino para detectar qué estaba ocurriendo y protegernos a todas de algo tan frecuente en un trabajo así como el burn-out.



Al final, poco después de que yo tuviera que marcharme de allí, ella lo volvió a intentar y lo consiguió. Se le hizo un homenaje, se le pusieron ramos de flores y se celebraron misas, pero la realidad es que ella estaba sola, aislada y agobiada por un trabajo altamente demandante a nivel emocional. Nadie se dio cuenta, nadie se le acercó, pero todos decían después del fatal desenlace que "no estaba bien". ¿Qué hicimos por ella?
No sé si había algo que pudierámos haber hecho para salvarla. No sé qué habría pasado si algunas de las circunstancias que la rodearon en sus últimos meses hubieran cambiado, pero sí sé que necesitaba dejar de trabajar y estar con su familia, y que alguien la ayudara a pedir ayuda dado que ella era incapaz habría sido determinante.

Cuento todo esto para recordarnos a todos que las personas con depresión necesitan ayuda, y que es difícil ayudarlas, y muchas veces una labor ingrata, pero tal vez al llamar, al apoyar, al ir a ver a alguien le estemos salvando la vida. Nadie quiere estar mal ni sufrir, nadie se queda en el sofá o en la cama días o tardes enteras porque sea una vaga, nadie pierde la ilusión por la vida porque sí.



La melancolía es una losa en el pecho que paraliza, un agujero negro en el corazón que impide sentir, una nube en la mente que impide pensar, es la falta de alegría y de razones para vivir.
Nos dicen que pidamos ayuda, que no nos callemos ni nos encerremos en nosotros mismos, pero luego resulta que muy poca gente es capaz de dar una respuesta a quien se atreve a decir que está mal y necesita apoyo. Nadie quiere lidiar con ello, nadie sabe lo que tiene que hacer o decir. La depresión genera rechazo y cansa, porque encima es aburrida y tediosa, da mal rollo, y oye, mira, yo no soy una ONG, no tengo por qué comerme esto. Que la ayude su familia, que vaya al médico, que se tome las pastillas.
Y no, no es así. Todas las personas que rodean al depresivo pueden ayudarlo sin comprometerse demasiado. Basta con una llamada, un paseo, un abrazo, una sonrisa, sólo con estar ahí ya se puede salvar a alguien. Porque no hay que ser profesional, ni una ONG, ni familia, basta con ser persona, con empatizar, con dar un poco de cariño y de tiempo. Y sí hay que tener paciencia.
Pero es que el depresivo no se tiene paciencia, se desespera, lo ve todo negro y las ideas de muerte y de suicidio aparecen con facilidad ante un fin de semana de soledad, de 48h de encierro sin escuchar una voz amiga o recibir un abrazo.

Ayudad, ayudemos, no dejemos tiradas a las personas que más lo necesitan, que tienen la vida pendiente de un hilo. Que no vuelva a ocurrir lo que le pasó a mi amiga.


miércoles, 5 de febrero de 2020

El hacer y el ser

En este mundo hiperconectado y orientado hacia el logro y la acción en el que nos ha tocado vivir el tema de cómo empleamos y vivimos nuestro tiempo es muy significativo.
Nos enseñan desde la infancia a ser eficientes, a hacer muchas cosas y a valorar la actividad a la vez que la inactividad está mal vista y se considera una carga o un defecto.


Ya los niños desde muy pronto aprenden a compartimentar su tiempo y a aprovecharlo en cosas "útiles" como hacer los deberes, las actividades extraescolares que cada vez están más orientadas a la productividad futura y a seguir horarios muy estrictos como los que sus padres se ven obligados a seguir, siempre corriendo y siempre mirando el reloj.

Los adultos estamos siempre mirando la hora y empeñados en ser eficientes y no perder tiempo en cosas inútiles o improductivas. Nos levantamos muy temprano, echamos la jornada laboral que suele estar muy marcada por la productividad y la medida de cada minuto empleado en cada tarea, con un control estricto de las horas de entrada y salida. Salimos y seguimos corriendo porque no hay tiempo que perder, hay que hacer cosas: recoger a los niños, limpiar la casa, cocinar, comprar, trasladarse, etc...

Entre el descanso (muchas veces escaso)  y la actividad productiva queda poco tiempo para el ocio, que además también está mediatizado cultural y socialmente, volviéndose cada vez más individualista gracias a las nuevas tecnologías (plataformas de series en streaming, videojuegos online, redes sociales...). Incluso nuestra froma de relacionarnos como humanos ha cambiado, también es más eficiente. Mandamos un whatsapp para quedar, felicitar o preguntar algo a otra persona en lugar de llamar y tener una conversación.

Todo está enfocado en la eficiencia y en el hacer, y al final nos quedamos vacíos cuando tenemos tiempo para parar y pensar. No sabemos mirarnos, reconocernos y detectar las señales que nos mandan nuestro cuerpo y nuestra mente y por eso muchas veces enfermamos de estrés y de cansancio, ya sea por trastornos de ansiedad y depresión, trastornos psicosomáticos o patologías físicas asociadas a la falta de autocuidado (dieta, descanso, ejercicio...)

Como se habla en el mindfulness, estamos la mayor parte del tiempo en el "modo hacer" y casi no nos permitimos vivir en el "modo ser". Es decir, que estamos orientados a producir y actuar, pero no a pararnos y vivir. Me llama mucho la atención que aparentemente la gente enferma por temas relacionados con la falta de tiempo o con el exceso de tiempo. Me explico: todos podemos entender que las personas que van a toda prisa por la vida, corriendo del trabajo a casa, de casa al gimnasio, del gimnasio a recoger a los niños, de allí al supermercado, etc... acaben desarrollando los problemas de salud mencionados, o si  no al menos sintiendo que su vida es un sinvivir, un huir hacia adelante, una corriente que los arrastra sin verla pasar. Pero lo que más nos cuesta entender es que las personas que disponen de un exceso de tiempo "improductivo" (parados, jubilados, enfermos, discapacitados, etc...) también enferman, incluso más, porque la culpa y la carga de no ser alguien "útil" para la sociedad es muy grande. Tenemos a personas haciendo mil cosas a la vez y personas que no saben qué hacer. Personas que se quejan de que no tienen tiempo ni de sentarse a comer y personas que sienten que su vida es inútil y vacía porque no trabajan, no producen, no cuidan a otros o no aportan nada (aparentemente) a la sociedad.

Yo defiendo que tenemos que estar más en el "modo ser" y dejar de vernos como seres productores. Tenemos que valorar la calma, el descansar y el remolonear, la introspección, la relación con los otros y dejar pasar el tiempo con más naturalidad.