jueves, 22 de marzo de 2018

Erich Fromm y el amor


 “El hombre ordinario con poder extraordinario es el principal peligro para la humanidad y no el malvado o el sádico”

Erich Seligmann Fromm (1900, Alemania-18 de marzo de 1980 en Suiza) fue un destacado psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista de origen judío alemán
Son de importancia trascendental sus estudios acerca de la relación que existe entre los sistemas políticos totalitarios y las religiones monoteístas. Según Fromm, las religiones monoteístas educan a los individuos en la obediencia ciega a una autoridad superior, que pone las normas por encima de cualquier razón o discusión. Así, el individuo queda reducido a un mero servidor de un dios todopoderoso. Esta mentalidad masoquista, adquirida desde la infancia, sería la base psicológica que ha hecho que muchos hombres sigan ciegamente a dictadores como Hitler. En su libro "Anatomía de la destructividad humana" planteó la idea de que el hombre se decanta en su vida entre dos fuerzas: la biofilia y la necrofilia. La primera es la fuerza que impulsa al ser humano a amar la vida y a crear. La necrofilia surge cuando el hombre se decanta por el egoísmo, y conlleva la soberbia, la codicia, la violencia, el ansia de destruir y el odio a la vida.

Fromm fue un firme defensor de los derechos de la mujer, por eso se mostró siempre entusiasmado por las obras de Bachofen, así lo expresó: “La comprensión plena de esta ideología patriarcal exigiría un análisis más detallado. Baste decir que las mujeres constituyen una clase dominada y explotada por los hombres en todas las sociedades patriarcales; como todos los grupos explotadores, los hombres dominantes deben producir ideologías a fin de explicar su dominación como natural, y por lo tanto necesaria y justificada. Las mujeres, como la mayoría de las clases dominadas, han aceptado la ideología masculina, aunque en privado sustentaban sus propias ideas contrarias. Parece que la liberación de la mujer comenzó en el siglo XX, y que va acompañada por un debilitamiento del sistema patriarcal en la sociedad industrial, aunque ni siquiera hoy existe en país alguno una igualdad total, de facto, de las mujeres”.



En su obra "El arte de amar" Fromm postula que el amor puede ser producto de un estudio teórico puesto que es un arte, "así como es un arte el vivir" y, para el dominio de cualquier arte es imperiosamente necesario que se llegue a un dominio profundo, tanto de la teoría como de la práctica. El libro postula principalmente que el amor es la respuesta al problema de la existencia humana, puesto que el desarrollo de éste conlleva a una disolución del estado de separación o separatividad sin perder la propia individualidad. Asimismo estudia la naturaleza del amor en sus diversas formas: amor fraternal, amor de padre y de madre, amor a uno mismo, amor erótico y amor a Dios. El autor postula que los elementos necesarios para el desarrollo de un amor maduro son el cuidado, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento. En el capítulo tres Fromm realiza un análisis del amor y su significado en la sociedad actual, con base en el cual llega a la conclusión de que el modo capitalista de producción tiende a enajenar al hombre y a imposibilitarlo -al menos socialmente- para amar.

En  "El corazón del hombre" tiene como eje la enunciación y caracterización de dos síndromes, el de crecimiento (amor a la vida, a la independencia y la superación del narcisismo) y el de decadencia (amor a la muerte, a la simbiosis incestuosa y al narcisismo maligno). Fromm concluye que “El hombre ordinario con poder extraordinario es el principal peligro para la humanidad y no el malvado o el sádico”, lo cual se puede concretizar cuando se combinan en él las tres orientaciones que forman el síndrome de decadencia y que “mueve al hombre a destruir por el gusto a la destrucción y a odiar por el gusto de odiar.” En contraposición, describe el síndrome de crecimiento: “el amor a la vida (en cuanto opuesto al amor a la muerte) el amor al hombre (opuesto al narcisismo) y el amor a la independencia (opuesto a la fijación simbiótico-incestuosa).
En los animales, sus afectos constituyen una parte de su instinto, algo que también permanece en el hombre. El hombre sufre la necesidad de superar su separatidad, de abandonar "la prisión de su soledad", porque la vivencia de la separatidad provoca angustia.
Fromm nos habla de "estados orgiásticos". Muchos rituales de tribus primitivas utilizaban las drogas como forma de escapar del estado de separación, o a través de la experiencia sexual, siendo el orgasmo un estado similar al provocado por un trance o los efectos de ciertas drogas. Las orgías sexuales comunales formaban parte de muchos rituales primitivos. Participar en estos estados orgiásticos, al ser una práctica común e incluso exigida por los médicos brujos o sacerdotes, no producía angustia, sentimiento de culpa o vergüenza.
En una cultura no orgiástica se trata de escapar de la separatidad a través del alcohol o las drogas, experimentando el individuo sentimientos de culpa y remordimiento. El acto sexual sin amor no elimina, salvo en forma momentánea, el abismo que separa a dos seres humanos. En esta cultura esta forma de escapar de la separatidad provoca una cada vez mayor sensación de separación.
Las uniones orgiásticas son intensas, ocurren en mente y cuerpo, son transitorias y periódicas.



Hay otro aspecto a considerar, la unión basada en la conformidad con el grupo. El hombre pasó de vivir en un grupo pequeño a integrarse en ciudades, estados, miembros de una iglesia. La uniformidad predomina en una unión donde el ser individual desaparece en pro de la pertenencia al rebaño. La conformidad con el rebaño es la forma predominante, donde los pensamientos, las costumbres, la forma de vestir, los empleos, el ocio... no difieren apenas entre los ‘diferentes’ individuos que forman parte de la colectividad. Se cree ser diferente, tener ideas o pensamientos propios cuando en realidad son prácticamente los mismos, creer que poder elegir entre unas determinadas diferencias aceptadas por una mayoría representa una ausencia de conformismo o que esto es ser individualista. La igualdad como condición para el desarrollo de la individualidad. Esta estandarización o igualdad conviene a la sociedad, como forma de evitar fricciones. 

Pero la unión por la conformidad no soluciona per se la angustia de la separatidad. Síntomas de sus fallos son el alcoholismo, el abuso de las drogas, la sexualidad compulsiva o el suicidio. Al mismo tiempo, a diferencia de las soluciones orgiásticas, afecta sobre todo a la mente y no al cuerpo. La única ventaja de la conformidad es la permanencia. Otros aspectos a considerar son la rutina en el trabajo y el ocio. Existe poca iniciativas ante unas tareas prescritas por la organización del trabajo.

Una tercera forma de lograr la unión sería la actividad creadora, donde el individuo que crea y su objeto se tornan uno. Esto no englobaría al trabajador de una cadena de montaje, que se siente bastante alejado de aquello que produce en su trabajo rutinario.




Pero la unión lograda en la fusión orgiástica es transitoria, la que proporciona la conformidad es una pseudo-unidad y la actividad creadora no es interpersonal. Así, Fromm concluye que ante estas respuestas parciales sólo el amor puede lograr la fusión con otra persona, siendo el "impulso más poderoso que existe en el hombre". Tan convencido está Fromm de ello que llega a escribir que "sin amor, la humanidad no podría existir un día más".
Sin embargo, Fromm critica el amor como unión simbiótica, lo considera una forma inmadura de amar. La sumisión o masoquismo, donde la persona renuncia a su integridad convirtiéndose en instrumento de alguien o algo ajeno a él; la dominación o sadismo, forma activa frente a la pasiva que representa la sumisión, quien escapa de su soledad creando en otro individuo la prolongación de su ser.
Es por ello que cuando Fromm habla de amor se refiere a un amor maduro donde "se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos". Hay que entender la capacidad de amar como acto de dar, sin pensar en el sentido mercantilista donde dar implica recibir. Al final, dar significa recibir, porque cuando se da con sinceridad no se deja de recibir, o como bien dice Fromm "el amor es un poder que produce amor". Y esto no sería circunscribible sólo al amor, podríamos por ejemplo hablar del maestro que aprende de sus alumnos.
Pero el amor no sólo es dar, también implica cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento, todos conformando una interdependencia mutua. No amamos aquello que no cuidamos. La persona que ama, responde. Respeto como preocupación por el prójimo, evitando así que la responsabilidad degenere en dominación. Pero el cuidado, la responsabilidad o el respeto no son posibles si conocer a la persona, como dice Fromm, "el conocimiento sería vacío si no lo motivara la preocupación". Sólo el amor hace posible el conocimiento, en el acto de amar me encuentro a mí mismo.



El niño al nacer no tiene conciencia de la realidad que le rodea o de sí mismo. Tan sólo siente la estimulación del calor de la madre y el alimento, la satisfacción y seguridad que la madre le produce; lo exterior es real en función de sus necesidades. Cuando crece aprende a percibir las cosas, aprendiendo a manejar las cosas y a la gente. Siente el amor incondicional materno. Los niños entre los ocho y medio a los diez años ya pueden amar y no sólo responder con gratitud y alegría al amor que reciben. El niño pasa de su egocentrismo a valorar las necesidades de los demás, donde dar o amar es más satisfactorio que recibir, sintiendo una nueva sensación de unión. Fromm lo reduce a lo siguiente "El amor infantil sigue el principio: ‘Amo porque me aman’. El amor maduro obedece al principio: ‘Me aman porque amo’. El amor inmaduro dice: ‘Te amo porque te necesito’. El amor maduro dice: ‘Te necesito porque te amo’. La base de la salud mental y el logro de la madurez son fruto del éxito de la relación madre-niño y padre-niño. La neurosis es fruto del fracaso o ciertos desajustes en esta relación. 

Si partimos de la premisa de que el amor es una capacidad del carácter maduro, observando la sociedad occidental es indudable que el amor es un fenómeno relativamente raro, dándose en realidad diferentes formas de pseudoamor o "desintegración del amor". La estructura social regida por el capitalismo, en un principio de supuesta libertad política y de mercado, necesita mano de obra obediente y eficiente, al mismo tiempo que consumidores impulsivos y poco críticos, personas que se sientan libres e independientes que encajen sin dificultades en el engranaje social. Esto ha producido en el hombre la enajenación de sí mismo y de lo que le rodea, en una situación de angustia e inseguridad que hace imposible superar una separatidad. Los autómatas no pueden amar, el amor llega a equiparse con las condiciones mercantilistas que rigen la sociedad, en unas relaciones que suelen ser artificiales.

Fromm insiste en el error frecuente de pensar que el amor significa necesariamente la ausencia de conflicto, cuando en realidad los ‘conflictos’ de la mayoría de la gente son formas de evitar los "verdaderos conflictos reales", no siendo éstos últimos en absoluto destructivos.
El amor es un desafío constante, que parte desde el centro de nuestra existencia, en la experiencia de dos seres "que son el uno con el otro al ser uno consigo mismo y no al huir de sí mismos".




Ya se comentó que el amor es un arte, y todo arte requiere disciplina, concentración, paciencia, una preocupación suprema por el dominio del arte y, por último, ser consciente de que un arte no se aprende sino de una forma indirecta. El hombre moderno es excesivamente indisciplinado fuera del entorno laboral. La falta de concentración nos impide estar a solas con nosotros mismos. Todo a nuestro alrededor se muestra acelerado, lejos de esa paciencia necesaria para la quietud y el disfrute verdadero, creyendo que algo se pierde cuando no actuamos con rapidez, cuando es justamente lo contrario. 
En primer lugar es necesario superar el propio narcisismo y adquirir una visión lo más objetiva posible del mundo exterior sólo alcanzable utilizando la propia razón en una actitud de humildad. Así, el amor requiere humildad, objetividad y razón. La objetividad y la razón representan la mitad del camino hacia el dominio del arte de amar, pero sin olvidar que no basta con aplicarlo a la persona amada, pues del no aplicarlo al resto del mundo estaríamos abocados al fracaso en ambos sentidos. Hay que tener fe, pero no la fe irracional en una persona o una idea donde hay que someterse a una autoridad también irracional, sino una fe racional en el propio pensamiento y en el juicio, tener fe en otra persona como signo de confianza, "de la esencia de su personalidad, de su amor". Al mismo tiempo es imprescindible la fe en uno mismo, pues "sólo la persona que tiene fe en sí misma puede ser fiel a los demás", la fe en el propio amor, la fe en la humanidad.

Porque, en definitiva, "el amor es la única respuesta satisfactoria al problema de la existencia humana".




http://nonopp.com/ar/Psicologia/99/arte_amar.htm
Wikipedia

jueves, 8 de marzo de 2018

Las monedas que nos tocan

Hace tiempo que me contaron un cuento-parábola que me resultó difícil de digerir en esos momentos de mi vida, pero con el tiempo me he dado cuenta de que lo mejor es aceptar lo que nos transmite. Dice así:

Todos los padres del mundo le legan a sus hijos algo. Lo que pueden, a nivel material, emocional, afectivo, de cuidados y de respeto. Y también de cargas. Ese legado se simboliza en unas monedas que te dejan al final de sus vidas. Te las ofrecen con todo su amor y su cariño, fruto de todos sus esfuerzos y de sus desvelos, convencidos, equivocados o no, de que lo han hecho lo mejor que han podido. Te tienden con sus manos cansadas esas monedas, que pueden ser de oro y abundantes, pueden ser unas pocas monedas de plata, o alguna de cobre, o una humilde moneda de barro.


A algunos hijos les duele ver que su legado es escaso. Recordemos que no hablamos sólo de lo material. Echan en falta más cercanía, más cuidados, más calidez, más comprensión, una relación de más cariño y empatía tal vez. Pero recordemos que partimos de la base de que los padres han dado lo que han podido y lo que han sabido dar, que lo han hecho lo mejor que han podido y con la mejor de sus intenciones, con sus limitaciones y sus equivocaciones. Desde su punto de vista ese hijo que pide más, que se siente agraviado y dolido es un desagradecido que no valora todo lo que han hecho por él y por dejarle ese legado que, sea el que sea, es el que ellos han podido dejarle en la medida de sus posibilidades y de sus circunstancias vitales, afectivas y materiales.


Se produce un choque terrible entre el hijo que no entiende cómo los padres no son capaces de ver que se siente dolido, abandonado y herido y los padres que lo perciben como un desagradecido.

Realmente, lo más maduro y sano para ambas partes es que el hijo sane sus heridas por sus propios medios, asumiendo que los padres no son capaces de ayudarle, porque esas heridas son dolorosas y profundas, y que acepte gustoso y con agradecimiento el legado que sus padres le han ofrecido con todo su corazón y su esfuerzo, creyendo siempre que hacían lo mejor por su descendencia.



El dolor y las carencias que una persona adulta sufre a lo largo de la vida y que puede achacar a experiencias tempranas o a actitudes distantes y exigencias desmedidas parentales son muchas y muy variadas. No se habla de culpas, no se habla de resarcimiento. Quizá tan sólo con el reconocimiento de que hay unas heridas basta, sin más.
Mirarse mutuamente, escucharse como personas adultas y decir "a mí me duele esto y a tí te duele esto, es cierto, tal vez a mí me cueste entender y reconocer tu herida porque sólo tengo fuerzas para cargar con la mía, pero reconozco que tú tienes la tuya".

A partir de ahí se puede construir un nuevo camino y volver a empezar, sin rencores ni exigencias por ninguna de las partes. Cada uno con sus cargas y sus deficiencias, pero sin perder un lazo que no debería romperse.




viernes, 2 de marzo de 2018

Las peras y el olmo


Yo sé que no se le pueden pedir peras al olmo.
Lo que es triste es tener un peral que no dé peras, ni sombra ni cobijo ni nada.
Para eso querría tener un olmo.
Sabría qué esperar de ese árbol.
Pero de mi peral, no sé ya qué esperar.
A veces me gustaría arrancarlo, de la rabia que me da.
Me gustaría que se secara de una vez y junto con él todas mis esperanzas.
Pero tengo un peral, un peral fuerte y joven, que debería dar peras, y de hecho las da, para otros, pero para mí no.
Y no lo consigo entender. Por qué para mí no hay peras, qué hecho yo para no merecerlas.
Si no tuviera un peral, sería distinto.
Llevaos mi peral, por favor.
Os lo ruego, lleváoslo.
No lo quiero ver más.
Dadme un olmo, un olmo pequeño que me recuerde que no me merezco las peras.