En la obra del Duque de Rivas, Don Álvaro es el héroe romántico por antonomasia, el personaje de oscuro origen y borroso pasado, perseguido por la desgracia y por supuesto presa de un amor imposible.
No nos extrañan pues sus palabras, en las que reniega de la vida y de su destino. Ciertamente, y como era de esperar, Don Álvaro acaba suicidándose tras haber arrastrado en la estela de su fatalidad a todos sus seres queridos y a quienes podrían haberle redimido.
No es raro llegar a sentir la "carga insufrible del ambiente vital" en el devenir de nuestras mezquinas y mortales existencias, aun lejos de las situaciones melodramáticas que nos plantea el drama. Por ello a veces las palabras de este monólogo resuenan en mi mente, porque es parte de la humana esencia lamentarse del sino y la fatalidad, en nuestra ambigüedad y flaqueza.
¿Acaso debemos ser arrogantes y presuponernos invulnerables, sonreír como autómatas y tener un optimismo a prueba de bombas? Envidio a quien nunca haya sentido el peso de la vida.
Infierno, abre tu boca y trágame! ¡Húndase el cielo, perezca la raza humana; exterminio, destrucción...! (Sube a lo más alto del monte y se precipita.)
¿Acaso debemos ser arrogantes y presuponernos invulnerables, sonreír como autómatas y tener un optimismo a prueba de bombas? Envidio a quien nunca haya sentido el peso de la vida.
Infierno, abre tu boca y trágame! ¡Húndase el cielo, perezca la raza humana; exterminio, destrucción...! (Sube a lo más alto del monte y se precipita.)
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