viernes, 24 de noviembre de 2017

La familia nuclear y los amigos


Tengo visto y comprobado que en esta sociedad en que vivimos llega una edad en la que, sobre todo las mujeres, pasamos de estar centradas en las amistades y de tener como grupo de pertenencia a las mismas a estar totalmente absortas en la pareja heterosexual, y por supuesto, después por la sacrosanta Maternidad.
Es el momento que estoy viviendo. De todas las amigas que tengo, de diferentes ámbitos y niveles culturales y sociales, creo que la única que sigue sin emparejar soy yo. Y de las que están con su par sólo una no ha sido madre. Porque lo de ser madre es eso, algo que se "es", no un estado. Cuando una mujer se hace madre su esencia misma cambia y ya todas sus prioridades cambian. Todo gira en torno al Hijo. No tiene tiempo para nada más. Ojo, no estoy haciendo una crítica. Estoy describiendo una realidad que no es extensible a la paternidad por lo general (con honrosas excepciones).


Tu amiga pasa a ser madre y ya debes asumir que no la vas a ver más que una vez o dos al año si hay suerte, y un ratito como mucho, que la conversación va a girar en torno a los niños y a la lactancia, los pañales, los virus y los puntos de la episiotomía. Y por mí encantada, no hay problema, mi interés en la conversación es genuino, me preocupo por mis amigas y por cómo ellas y sus hijos se encuentran.

Pero claro, lo que ocurre es que las que no somos madres seguimos teniendo nuestros corazoncitos y nuestras necesidades que una amiga que es madre no puede atender. Sabemos que no las podemos llamar para charlar porque siempre están agobiadas y ocupadas, porque es muy posible que las pilles en la hora de la merienda o del baño, que estén sobrepasadas porque el niño tiene fiebre y que nuestras minucias de mujeres solteras sin cargas no son nada comparadas con sus vidas frenéticas.


Dejando aparte la maternidad, está el tema del emparejamiento. Parece que existe una necesidad compulsiva por encontrar una pareja, entrar en un enamoramiento romántico y exclusivo y entrar en un olvido del resto del mundo y de uno mismo. Empieza la vida en pareja con el consiguiente apalancamiento y limitación de la vida social y de los intereses. Sólo se sale con otras parejas que viven cerquita, a los bares de siempre y a recogerse prontito. Y así un fin de semana tras otro hasta que llegan los hijos.
Los amigos de nuevo quedan relegados a un último plano, se buscan otras parejas afines y los planes e intereses individuales se disuelven en la confusión del yo-tú que es el nosotros.


A nivel social se considera un fracaso que una persona adulta no esté emparejada ni tenga hijos, que se mantenga independiente y sola, pero lo malo es que la soledad que pueda tener esa persona no viene originada por el hecho de no tener una media naranja ni unos bebés, sino porque las amistades dejan de ser importantes para la mayoría de su entorno. Vivimos en una sociedad centrada en la familia nuclear, egoísta y narcisista, donde toda persona ajena a la familia formada por uno mismo es irrelevante y extraña y no merece demasiado tiempo ni atención.
Tristemente, añado, pues los hijos crecen, las parejas no perduran, y cuando con unos 50-60 años la gente se ve que esa familia nuclear ha volado, se ven sin lo que realmente importa, los amigos.


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