martes, 17 de julio de 2018

El enjambre y la intimidad

 “Lo enseñamos todo en Internet, y la autoexposición es más eficiente que la tortura a la hora de sacarnos información”.
Byung-Chul Han

Una de las consecuencias de la implantación de los smartphones y de las redes sociales en nuestras vidas es la total pérdida de la intimidad y de la privacidad.

Una de las cosas que más me impresiona es la retransmisión en tiempo real y con todo lujo de detalles de parcelas íntimas de nuestras vidas. Ahora mismo, por ejemplo, estoy al tanto de que la hermana de una persona que trabaja en el mismo lugar que yo está con oxitocina y la epidural y que aún no tiene contracciones fuertes. Pero la culpa no es de internet ni de los móviles, sino de las personas que sienten la necesidad de compartir en grupos cada vez más amplios información que no debería trascender la esfera de lo privado. Y el problema está en que no existe lo privado porque somos una "colectividad enjambre" como dice Byung-Chul Han. El individuo se pierde en la masa de la red social y de la sociedad postcapitalista. Estamos tan aislados en nuestras islas desiertas tecnológicas que nos ilusionamos con la compañía fantasma del móvil.

Las distancias que regulaban la vida pública hace unos años, y que establecían ciertos niveles de respeto en la convivencia cotidiana, han sido eliminadas. También han desaparecido los filtros que la distancia y la falta de inmediatez nos permitían en los medios de comunicación clásicos, y ahora en el caos de la falta de reflexión y de la inmediatez absoluta cedemos al impulso de contestar, postear y clicar sin pensar y de forma muy impulsiva. Nos revelamos al medio digital al desnudo y por eso surgen esos fenómenos virales horrendos que desvelan que no estamos tan civilizados como creíamos.

"A diferencia de la masa clásica, el enjambre digital consta de individuos aislados, carece de alma, de un nosotros capaz de una acción común, de andar en una dirección o de manifestarse en una voz. La hipercomunicación digital destruye el silencio que necesita el alma para reflexionar y para ser ella misma. Se percibe solo ruido, sin sentido, sin coherencia. Todo ello impide la formación de un contrapoder que pudiera cuestionar el orden establecido, que adquiere así rasgos totalitarios (...) creemos que vivimos en plena libertad, pero en realidad estamos más controlados que nunca. También hay espacio para la crítica hacia los efectos negativos que se producen debido a la elevada dependencia de la tecnología, como cuando afirma que “lo enseñamos todo en Internet, y la autoexposición es más eficiente que la tortura a la hora de sacarnos información”.




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