jueves, 29 de octubre de 2020

Humanidad compartida: qué es y en qué nos ayuda

 "Un ser humano forma parte de un todo al que llamamos “universo”, una parte limitada en el tiempo y en el espacio. Se experimenta a sí mismo, sus pensamientos y sentimientos, como algo separado del resto; algo así como una ilusión óptica de su conciencia. Esta falsa ilusión es para nosotros como una prisión que nos restringe a nuestros deseos personales y al afecto que profesamos hacia las pocas personas que nos rodean. Nuestra tarea deber ser liberarnos de esta cárcel ampliando nuestro círculo de compasión para abarcar a todas las criaturas vivas y al conjunto de la naturaleza en toda su belleza"Albert Einstein.



 El concepto de "Humanidad compartida" implica tomar conciencia de que el sufrimiento que experimentamos nosotros lo están experimentando milllones de personas en este momento, y lo han experimentado en el pasado y lo experimentarán en el futuro otras muchas personas, porque cualquier tipo de sufrimiento que estemos experimentando es consustancial con la naturaleza humana. Ser conscientes de esto nos permite desarrollar un sentimiento de ecuanimidad frente al sufrimiento. Lo contrario de la humanidad compartida es el aislamiento, es decir, ensimismarse en lo que nos ocurre creyendo erróneamente que nuestra situación es única. Y esto nos lleva, necesariamente, a la culpa y/o la vergüenza y por tanto al aumento del sufrimiento.

La frustración por que las cosas no sean como queremos suele ir acompañada de un sentimiento irracional de aislamiento, como si "yo" fuera la única persona que sufriera o cometiera errores. Sin embargo, todos los seres humanos sufren. La propia definición de ser "humano" significa que uno es mortal, vulnerable e imperfecto. La autocompasión implica reconocer que el sufrimiento y la inadecuación personal es parte de la experiencia de humanidad compartida: “algo que todos pasamos” en lugar de ser algo que sólo me pasa a "mí". También significa reconocer que los pensamientos, sentimientos y acciones se ven afectadas por factores "externos", como la crianza, la cultura, las condiciones genéticas y ambientales, etc, así como el comportamiento y las expectativas de los demás. Al reconocer nuestra interdependencia esencial, los fracasos y dificultades de la vida no tienen que ser tomados como algo personal, sino que se pueden reconocer y admitir sin prejuicios, con compasión y comprensión.



En El corazón del altruismo, la científica social Kristen Renwick Monroe recupera una serie de entrevistas que realizó a rescatadores de judíos en la Europa ocupada por los nazis, sobre todo en Holanda y Dinamarca a principios de los años cuarenta. Luego de un largo análisis de estas entrevistas, Monroe concluyó que el factor que unía a todos estos rescatadores no era la religión ni estándares éticos sino lo que Monroe llama su “percepción de humanidad compartida”. Ella entiende esto como un reflejo de “una manera diferente de ver el mundo y a uno mismo en relación con los otros”; en esa visión, todas las personas del planeta se perciben conectadas por una humanidad común, una actitud que el Dalai Lama caracteriza a menudo como el reconocimiento de la “unidad de la humanidad”. Este tema del trabajo de Monroe coincide con un importante hallazgo del pensamiento budista: Lo que facilita el surgimiento de la preocupación empática por los otros es un sentido de conexión que sentimos con los otros. Las implicaciones son radicales: si aprendemos a relacionarnos con los otros desde la perspectiva de nuestra humanidad compartida, podemos extender nuestra preocupación empática a los extraños e incluso a aquellos con quieres se nos dificulta relacionarnos.

La práctica de la meditación sobre la compasión derivada del budismo utiliza frases como: “exactamente como yo, los otros desean ser felices y superar el sufrimiento”, casi a manera de un mantra. Por ello, en el entrenamiento de la compasión existe un paso llamado “aceptar nuestra humanidad compartida”, en el que exploramos la verdad fundamental de que, exactamente como yo, otras personas desean la felicidad y no quieren sufrir. Y exactamente como yo, los otros tienen el derecho de buscar esta aspiración fundamental.  Al iniciar en la práctica de Mindfulness, nuestro sistema de cuidado en el cerebro va activándose, de manera que podemos ser capaces de dar soporte y nutrición, compasión, ternura, apoyo y aceptación a nosotros mismos y a los demás. Cultivar este sistema es un paso evolutivo muy importante. Nuestro cerebro evoluciona hacia la felicidad, no solamente hacia la supervivencia. Nos permite reconocer nuestro propio sufrimiento y el de los demás y ponernos en acción por el deseo genuino de que sea aliviado. Nos permite ampliar nuestro trato bondadoso más allá de los límites de nuestra progenie y reconocer las necesidades de supervivencia y felicidad de los demás seres humanos (y otros seres vivos). A esto le llamamos “humanidad compartida”.




La con­ciencia de nuestra propia falibilidad nos puede ayudar a detenernos un momento antes de juzgar automáticamente a los demás y a intentar comprender mejor su situación y sus motivaciones, desde la perspec­tiva de la humanidad compartida. Si los juzgamos demasiado rápido desde una supuesta superioridad moral, corremos el riesgo de caer en la arrogancia y la cerrazón mental. En cambio, al reconocer nuestras pro­pias imperfecciones y aprender a relacionarnos con ellas con amabili­dad y  humor, podemos ser más humildes y cálidos en nuestras relaciones con aquellos que nos rodean.

Los psicólogos sociales hablan incluso del «error de atribución fundamental», un sesgo que nos lleva a atri­buir el comportamiento de los demás a sus disposiciones persona­les en vez de pensar en sus circunstancias. La idea de suspender los juicios apresurados y ofrecer el benefi­cio de la duda en vez de precipitarnos a sacar conclusiones no significa que debamos ser ciegos ni ingenuos ante las acciones ofensivas de los demás. Volviendo al lenguaje de la Comunicación No Violenta (Ro­senberg, 2003), podemos aprender a percibir las acciones inhábiles (aquellas que provocan sufrimiento) como «expresiones trágicas de necesidades insatisfechas»

Toda acción se puede entender como el intento de satisfacer alguna necesidad. La estrategia para satisfacer esa necesidad puede ser acertada o no, pero la necesidad en sí misma merece reconocimiento y respeto. Esta perspectiva evita confundir a la persona con sus actos, lo cual significa que nos podemos oponer con fuerza a una acción sin por ello abandonar nuestra capacidad de empatizar con esa persona. Al reflexionar sobre aquello que más necesitamos cuando su­frimos, podemos ser conscientes de lo que otros puedan necesitar cuando son ellos quienes sufren. Es evidente que la simple proyec­ción de nuestras necesidades en los demás no necesariamente les va a ayudar, por lo que se debe complementar la perspectiva de la huma­nidad compartida con la precisión empática, es decir, la capacidad de percibir exactamente los sentimientos y las necesidades de la otra persona.



https://www.institutocultivo.com/cultivo-de-la-compasion/humanidadcompartida/

http://lotomindfulness.com/humanidad-compartida

https://emocionespositivas.com/2019/01/22/humanidad-compartida/

https://cultivarlamente.com/soltando-nuestros-juicios-la-humanidad-compartida-y-la-percepcion-compasiva/

https://msc.mindfulness.global/autocompasion/tres-componentes-de-la-autocompasion/

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