Originariamente, en los tiempos homéricos, el término philía, que heredamos como amistad, se refiere al modelo de relaciones familiares, consanguíneas, era el lazo que unía a padres e hijos, esposos y hermanos entre sí, y, por extensión a camaradas de armas. La palabra philós tiene valor posesivo y designa lo que es suyo, para cada uno su pariente próximo. Predomina el sentido jurídico del término. Y este sentido alcanza todavía la época de Aristóteles, que considera que la philía se sostiene en una especie de identidad entre los miembros de la familia restringida y que, por otra parte, hace de él un concepto político.
En el capítulo 4 del libro IX de la Ética a Nicómaco, Aristóteles afirma que la amistad (philia) deriva del amor de sí (philautia). En efecto, todas las definiciones que pueden darse de la amistad — aquel a quien se hace bien, se desea una vida prolongada, con quien se comparten alegrías y tristezas, etc.— dependen de la relación que cada uno tenga consigo mismo. He aquí el núcleo de la relación especular con el semejante. Lacan permite extraer una conclusión respecto de la relación con el prójimo a partir de la relación especular: “desear el bien de alguien quiere decir […] someterlo”. Por esta vía, el amor en que se funda la amistad lleva, finalmente, a la guerra con el otro. Se trata, entonces, del amor basado en el narcisismo y en el reconocimiento, donde la falta de este último introduce la discordia.
La amistad pasa por el reconocimiento de la extrañeza común que no nos permite hablar de nuestros amigos, sino sólo hablarles, no hacer un tema de conversación, sino el movimiento del convenio de que, hablándonos, reservan, incluso en la mayor familiaridad, la distancia infinita, esa separación fundamental a partir de la cual lo que separa se convierte en relación.
Poco a poco fue adquiriendo una connotación afectiva y psicológica que definía al amigo como al “amable”, ya que sólo se ama lo que es digno de ser amado.
Con las grandes migraciones empezó a plantearse a los helenos la cuestión del extranjero, el xenos, y en consecuencia la institución de la hospitalidad. El ajeno, que no habla nuestra lengua, comparte sin embargo nuestra casa, nuestro alimento ¿Es entonces un philós o un xenos? Ya el amigo no será sólo de la familia, sino que el philós alberga al extranjero.
El éros, en cambio, se refiere al deseo amoroso dirigido a “otro” distinto a uno mismo. El comercio sexual une opuestos, no semejantes. No tiene función de posesivo sino de dirección.
Las oposiciones socráticas no explican la amistad. La clave no está ni en el agente ni en el objeto, ni en la semejanza ni la diferencia, ni en el bien ni en el mal. Ambos términos de las oposiciones actúan simultáneamente y de modo no recíproco, la asimetría es manifiesta en la amistad, por más que la reciprocidad es una línea directriz de la mayéutica socrática (el que no paga amistad con amistad no es amigo de la persona que le ama). Conclusión: la amistad es una acción y no una categoría ontológica.
En Aristóteles la amistad es una categoría ya no tan sólo jurídica o afectiva, sino pertinente al campo de la ética y la política. La rígida lógica clasificatoria aristotélica afirma que la amistad crece entre iguales, es una forma de la igualdad. La amistad perfecta es la de los hombres de bien y semejantes en virtud. En la Ética a Nicómaco es el amor propio el que se transfiere al amigo, que, como espejo, refleja al propio yo. Y como la virtud es un estado siempre a alcanzar, esta especularidad está regida por el ideal del yo. La amistad se da entre semejantes, pero no idénticos, ya que siempre uno encarna retazos del ideal del yo del otro. Se introduce por la ventana una concepción de un sujeto dividido en el vínculo de amistad.
Sin embargo hay un resquicio más fecundo en la idea de que la amistad siempre implica un exceso, razón por la cual sólo es posible tener pocos amigos, si no uno solo. Este exceso está más allá de la reciprocidad y la justicia.
“El hombre de bien tiene con su amigo una relación idéntica a la que mantiene consigo mismo.” Esta doctrina de la amistad, basada en el amor de sí, fue retomada en el curso de la Edad Media, especialmente por Tomás de Aquino,
Si algo ilustra el exceso que Aristóteles pone en juego en la amistad es una frase atribuida a él en sus últimos momentos: “Amigos, no hay amigos”. Así al menos la reproduce Nietzsche, en un pasaje clásico del Zarathustra. Al parecer la cita apócrifa fue mencionada por primera vez por Diógenes Laercio en su “Vida de los filósofos”.
Sobre esta frase supuesta basa Nietzsche su pensamiento sobre la amistad. Su distancia con Aristóteles es máxima. Si para él la amistad es una forma de igualdad, para Nietzsche todo lo contrario. La máxima diferencia, que no debe intentarse reducir, es el fundamento de la amistad. No se trata del amor al prójimo sino al más lejano.
Aristóteles afirmaba que en la comunidad consiste la amistad. Para Nietzsche lo que atrae al amigo es la propia imperfección, es preciso engañarse para amarlo, y saber callar, como acto de indulgencia con el otro y consigo, para conservarlo. Esa es la condición de posibilidad de la amistad, un dispositivo de ficción. Nietzsche va más allá, se trata del empuje a “vaciarse” en el otro, un don sin aspiración alguna de reciprocidad. Zarathustra es un extranjero, un viajero, que decide retornar al mundo de los hombres, para otorgar y repartir mercedes, traer a los hombres un presente. Pero no limosnas, es decir el excedente, sino que utiliza la metáfora de la copa que desborda, afirmando ...esa copa quiere vaciarse y Zarathustra quiere volver a ser hombre. La locura, la pasión por vaciarse. “El loco viviente” se definirá luego.
Nietzsche subvierte una vez más a Aristóteles, porque mientras para éste la virtud es la meta a alcanzar, para aquél la virtud es voluntad de ocaso y una flecha del anhelo. Ya no sólo lo que impulsa a la vida sino lo que empuja a la descarga. En el pasaje “Del amigo” afirma que éste tiene un lugar tercero como mediador y sostén del diálogo vehemente entre “Yo” y “Mí”, que desgarra al sujeto.
Para el solitario, el amigo es siempre el tercero; y tal tercero es el corcho que impide que el diálogo de los dos llegue al fondo. El tercero, el amigo, es ocasión de una acción que ponga en juego ese caos, que ponga tope al impulso al vaciamiento.
Está en cuestión la identificación, que se confronta con sus propios límites: ¿Qué es por lo demás el rostro de tu amigo? Sin duda es tu propio rostro, en un espejo imperfecto y tosco.
La identidad es pensada en psicoanálisis según la metáfora de la fraternidad: los hermanos iguales entre sí, se reúnen y segregan todo lo diferente por amor al padre. Es en la masa donde el yo y el tú se reúnen en el Uno.
El eminente neurólogo Oliver Sacks en “Despertares” afirma: “La amistad posee virtudes curativas, y todos somos un poco médicos de los demás: ‘no hallaremos mejor medicamento en nuestra vida que un amigo fiel’ dijo Sir Thomas Browne. Y el mundo es el hospital donde tiene lugar la curación.”
Saber callar. Una virtud que según Nietzsche define a la amistad. Es el modo de respetar al extranjero que es el amigo y al que albergamos en nosotros. Para él ese silencio domeña el odio, en todo caso lo procesa, ya que la amistad está en tensión entre los polos amor-odio, sin detenerse en ninguno. Y lo que la sostiene es precisamente ese núcleo de intimidad, que preserva al amigo como tercero.
Winnicott, en cambio, piensa en una “conexión silenciosa con los objetos subjetivos”, lo que constituye un enunciado positivo de la función del silencio en la construcción y sentimiento de lo real.
Por el contrario, el callar del amigo no se basa en la desconfianza, sino más bien en la incontrastable certeza de que no todo puede ser dicho, es el silencio que organiza el discurso del inconsciente. Lo intransferible de la experiencia subjetiva, que se hace real en el lazo primario con los otros. Es la capacidad de estar solo –en presencia de otro- que Winnicott situaba en el origen de la construcción de la subjetividad, de la creatividad que define lo propiamente humano.
Saber callar, entonces, constituye una cualidad inherente a la condición de amigo. Quien lo dice todo, o, más bien, quien cree decirlo –ya que todo no puede ser dicho-, carece de un saber hacer con el odio, sentimiento que habita el corazón de la amistad y fácilmente desemboca en la crueldad, un exceso si los hay. Si la amistad es un destino del amor, como tal, también lo es del odio, su reverso en todo vínculo interhumano.
Permitir ser penetrado por esa singularidad radicalmente ajena, resonar con la alteridad del otro, que pone en movimiento nuestra propia ajenidad, es un trabajo que se realiza a través del tiempo. No hay amistad a primera vista, si bien hay acontecimientos de amistad que pueden ser instantáneos.
La amistad es un destino del amor que no alcanza a ser definido ni por la sumisión al superyó o al ideal, ni por la inhibición de las metas sexuales. Ni filial, ni paterno, ni fraterno, al amigo nos une un lazo alejado de la intención de dominio o apropiación del otro y que es ocasión de una realización compartida de deseos.
Poco a poco fue adquiriendo una connotación afectiva y psicológica que definía al amigo como al “amable”, ya que sólo se ama lo que es digno de ser amado.
Con las grandes migraciones empezó a plantearse a los helenos la cuestión del extranjero, el xenos, y en consecuencia la institución de la hospitalidad. El ajeno, que no habla nuestra lengua, comparte sin embargo nuestra casa, nuestro alimento ¿Es entonces un philós o un xenos? Ya el amigo no será sólo de la familia, sino que el philós alberga al extranjero.
El éros, en cambio, se refiere al deseo amoroso dirigido a “otro” distinto a uno mismo. El comercio sexual une opuestos, no semejantes. No tiene función de posesivo sino de dirección.
Las oposiciones socráticas no explican la amistad. La clave no está ni en el agente ni en el objeto, ni en la semejanza ni la diferencia, ni en el bien ni en el mal. Ambos términos de las oposiciones actúan simultáneamente y de modo no recíproco, la asimetría es manifiesta en la amistad, por más que la reciprocidad es una línea directriz de la mayéutica socrática (el que no paga amistad con amistad no es amigo de la persona que le ama). Conclusión: la amistad es una acción y no una categoría ontológica.
En Aristóteles la amistad es una categoría ya no tan sólo jurídica o afectiva, sino pertinente al campo de la ética y la política. La rígida lógica clasificatoria aristotélica afirma que la amistad crece entre iguales, es una forma de la igualdad. La amistad perfecta es la de los hombres de bien y semejantes en virtud. En la Ética a Nicómaco es el amor propio el que se transfiere al amigo, que, como espejo, refleja al propio yo. Y como la virtud es un estado siempre a alcanzar, esta especularidad está regida por el ideal del yo. La amistad se da entre semejantes, pero no idénticos, ya que siempre uno encarna retazos del ideal del yo del otro. Se introduce por la ventana una concepción de un sujeto dividido en el vínculo de amistad.
Sin embargo hay un resquicio más fecundo en la idea de que la amistad siempre implica un exceso, razón por la cual sólo es posible tener pocos amigos, si no uno solo. Este exceso está más allá de la reciprocidad y la justicia.
“El hombre de bien tiene con su amigo una relación idéntica a la que mantiene consigo mismo.” Esta doctrina de la amistad, basada en el amor de sí, fue retomada en el curso de la Edad Media, especialmente por Tomás de Aquino,
Si algo ilustra el exceso que Aristóteles pone en juego en la amistad es una frase atribuida a él en sus últimos momentos: “Amigos, no hay amigos”. Así al menos la reproduce Nietzsche, en un pasaje clásico del Zarathustra. Al parecer la cita apócrifa fue mencionada por primera vez por Diógenes Laercio en su “Vida de los filósofos”.
Sobre esta frase supuesta basa Nietzsche su pensamiento sobre la amistad. Su distancia con Aristóteles es máxima. Si para él la amistad es una forma de igualdad, para Nietzsche todo lo contrario. La máxima diferencia, que no debe intentarse reducir, es el fundamento de la amistad. No se trata del amor al prójimo sino al más lejano.
Aristóteles afirmaba que en la comunidad consiste la amistad. Para Nietzsche lo que atrae al amigo es la propia imperfección, es preciso engañarse para amarlo, y saber callar, como acto de indulgencia con el otro y consigo, para conservarlo. Esa es la condición de posibilidad de la amistad, un dispositivo de ficción. Nietzsche va más allá, se trata del empuje a “vaciarse” en el otro, un don sin aspiración alguna de reciprocidad. Zarathustra es un extranjero, un viajero, que decide retornar al mundo de los hombres, para otorgar y repartir mercedes, traer a los hombres un presente. Pero no limosnas, es decir el excedente, sino que utiliza la metáfora de la copa que desborda, afirmando ...esa copa quiere vaciarse y Zarathustra quiere volver a ser hombre. La locura, la pasión por vaciarse. “El loco viviente” se definirá luego.
Nietzsche subvierte una vez más a Aristóteles, porque mientras para éste la virtud es la meta a alcanzar, para aquél la virtud es voluntad de ocaso y una flecha del anhelo. Ya no sólo lo que impulsa a la vida sino lo que empuja a la descarga. En el pasaje “Del amigo” afirma que éste tiene un lugar tercero como mediador y sostén del diálogo vehemente entre “Yo” y “Mí”, que desgarra al sujeto.
Para el solitario, el amigo es siempre el tercero; y tal tercero es el corcho que impide que el diálogo de los dos llegue al fondo. El tercero, el amigo, es ocasión de una acción que ponga en juego ese caos, que ponga tope al impulso al vaciamiento.
Está en cuestión la identificación, que se confronta con sus propios límites: ¿Qué es por lo demás el rostro de tu amigo? Sin duda es tu propio rostro, en un espejo imperfecto y tosco.
La identidad es pensada en psicoanálisis según la metáfora de la fraternidad: los hermanos iguales entre sí, se reúnen y segregan todo lo diferente por amor al padre. Es en la masa donde el yo y el tú se reúnen en el Uno.
El eminente neurólogo Oliver Sacks en “Despertares” afirma: “La amistad posee virtudes curativas, y todos somos un poco médicos de los demás: ‘no hallaremos mejor medicamento en nuestra vida que un amigo fiel’ dijo Sir Thomas Browne. Y el mundo es el hospital donde tiene lugar la curación.”
Saber callar. Una virtud que según Nietzsche define a la amistad. Es el modo de respetar al extranjero que es el amigo y al que albergamos en nosotros. Para él ese silencio domeña el odio, en todo caso lo procesa, ya que la amistad está en tensión entre los polos amor-odio, sin detenerse en ninguno. Y lo que la sostiene es precisamente ese núcleo de intimidad, que preserva al amigo como tercero.
Winnicott, en cambio, piensa en una “conexión silenciosa con los objetos subjetivos”, lo que constituye un enunciado positivo de la función del silencio en la construcción y sentimiento de lo real.
Por el contrario, el callar del amigo no se basa en la desconfianza, sino más bien en la incontrastable certeza de que no todo puede ser dicho, es el silencio que organiza el discurso del inconsciente. Lo intransferible de la experiencia subjetiva, que se hace real en el lazo primario con los otros. Es la capacidad de estar solo –en presencia de otro- que Winnicott situaba en el origen de la construcción de la subjetividad, de la creatividad que define lo propiamente humano.
Saber callar, entonces, constituye una cualidad inherente a la condición de amigo. Quien lo dice todo, o, más bien, quien cree decirlo –ya que todo no puede ser dicho-, carece de un saber hacer con el odio, sentimiento que habita el corazón de la amistad y fácilmente desemboca en la crueldad, un exceso si los hay. Si la amistad es un destino del amor, como tal, también lo es del odio, su reverso en todo vínculo interhumano.
Permitir ser penetrado por esa singularidad radicalmente ajena, resonar con la alteridad del otro, que pone en movimiento nuestra propia ajenidad, es un trabajo que se realiza a través del tiempo. No hay amistad a primera vista, si bien hay acontecimientos de amistad que pueden ser instantáneos.
La amistad es un destino del amor que no alcanza a ser definido ni por la sumisión al superyó o al ideal, ni por la inhibición de las metas sexuales. Ni filial, ni paterno, ni fraterno, al amigo nos une un lazo alejado de la intención de dominio o apropiación del otro y que es ocasión de una realización compartida de deseos.
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