lunes, 8 de agosto de 2016

Las beguinas


Las beguinas fueron mujeres de la Baja Edad Media (siglos XII y XIII), que vivieron solteras, casadas, viudas, ajenas a toda autoridad, libres, activas y solidarias. Reclamaron vivir por su cuenta, sin estar subordinadas al hombre, ni como esposo ni como guía espiritual. En una época de guerras y violencia, en la que se tachaba de prostitutas a las mujeres que vivían solas, era todo un atrevimiento prescindir de la protección masculina.

Su vida era semi-religiosa: vivían como mujeres religiosas sin votos y sin regla, pero obligándose a la castidad y las buenas obras. Su origen se remonta al siglo XII en la diócesis de Lieja, extendiéndose más tarde por distritos cercanos al norte de Francia, Flandes y sur de Alemania, llegando también a Italia, España, Polonia y Austria. Se establecían a veces junto a las leproserías y hospitales para servir a los enfermos. En el seno de este movimiento encontramos mujeres de todo el espectro social, cuyo deseo es el de llevar una vida de espiritualidad, pero no de forma claustral, como estaba sancionado socialmente, sino plenamente integradas en las ciudades entonces emergentes.

Muchas de ellas volvían al mundo, pues sus votos eran temporales, vivían una temporada y salían; otras entraban cuando eran mayores y al revés. Era una libertad que no daban las cerradas órdenes religiosas.Hay noticia de beguinas en Cataluña y en el reino de Castilla.
Los beguinatos (lugar donde vivían las beguinas) más significativos se conservan en Brujas, Gante y Malinas. Por su exclusividad, historia y originalidad arquitectónica los beguinatos han sido declarados por la UNESCO patrimonio de la Humanidad. Son verdaderas ciudades religiosas, constituidas por una multitud de casas pequeñas (a veces hasta 100), cada una de las cuales está habitada por una o varias beguinas. Tienen calles y plazas, una enfermería, uno o varios conventos dedicados a las novicias y beguinas que deseaban una vida más comunitaria y una iglesia particular. Estos espacios daban respuesta a las inquietudes intelectuales de algunas mujeres, que de otra forma no podían acceder al conocimiento. Empezaron a leer la Biblia y los Evangelios por su cuenta, lo que provocó el rechazo de la Iglesia, pues las beguinas escapaban de su control.
La necesidad de un espacio específicamente femenino, creado y definido por las mismas mujeres, fue sentida y expresada literariamente por Cristina de Pizán a principios del siglo XVIII en “El libro de la Ciudad Damas”, en el cual ella imagina la construcción de una ciudad, sólida e inexpugnable, habitada sólo por mujeres. Pero pocos siglos antes las mujeres llamadas beguinas habían materializado ya la existencia de un espacio similar.

Partidarias de la reforma eclesiástica, dedicaron su vida a la defensa de los desamparados, al trabajo manual y a una brillante labor intelectual. El Papa Clemente V dijo que su modo de vida debía de ser prohibido definitivamente y excluido de la Iglesia de Dios. Su erudición pues despierta los recelos de la Iglesia, que pretendía el monopolio de lo divino y lo humano. La literatura mística de las beguinas comenzó a desarrollarse a mediados del siglo XIII, sobre todo gracias a la rica producción literaria de Hadewichj de Amberes, autora de varias obras en poesía y prosa, entre ellas varias cartas dirigidas a amigas de toda Europa.



En toda Europa, las beguinas recibieron numerosos legados testamentarios para que cumplieran una serie de tareas relacionadas con la muerte y con el tránsito del alma hacia el Más Allá. Así, ellas rezaban por la salvación del donante, participaban en los funerales y acompañaban el cuerpo del difunto al cementerio. Pero también tenían cuidado del cuerpo del moribundo, lo velaban y amortajaban. Esta mediación en la muerte se convirtió en una de sus principales actividades y les otorgó una función social que las convertía en imprescindibles.El cuidado del cuerpo de enfermos y moribundos que las beguinas realizan constituye una práctica espiritual que está íntimamente vinculada a la compasión y a la solidaridad.
Hadewichj de Amberes

Las beguinas encarnan una de las experiencias de vida femenina más libre de la historia. Laicas y religiosas a la vez, vivieron con una total independencia del control masculino –familiar y/o eclesiástico- y la libertad de que gozaban es inseparable de la red de relaciones que establecen: de forma primaria entre ellas, con Dios “sine medio”, y con el resto de mujeres y hombres de las ciudades donde vivían.
La forma de vivir y entender el mundo de estas mujeres se extendió con rapidez por toda Europa occidental hasta convertirse en un auténtico movimiento, tanto por el número de mujeres que se adhirieron a él como por el amplio espectro social al que pertenecían. Un movimiento que se movió siempre en los tenues límites que a menudo separan la ortodoxia de la heterodoxia.
Causarán admiración y asombro entre sus contemporáneos, pero se les reprochará vivir fuera de la Iglesia,
vivir juntas, sus ropas, sus oficios… todo servía para acusarlas y condenarlas. La abolición de la creatividad
e iniciativa marca el fin de la rica cultura medieval, tres siglos más tarde la visión de la mujer austera sometida
al marido, modelo de orden, sumisión y trabajo, estará completamente asentada. Cualquier otra opción de
vida calificará a la mujer como bruja y la convertirá en alguien peligroso.

A pesar de contar con frecuencia con la protección de la orden cisterciense y en ocasiones de algunos obispos, las beguinas empezaron a ser perseguidas, a algunas no les quedó más remedio que ingresar en
monasterios convencionales, otras tuvieron que sumergirse y aparentemente desaparecer, alguna
se encontró con la hoguera de la Inquisición, si bien el movimiento continuó durante siglos en Centroeuropa, pero con mucha más prudencia en sus manifestaciones exteriores.

 El espacio de libertad que ellas representan las sitúa en un “más allá” del orden socio-simbólico patriarcal en su forma medieval, trascendiendo su estructuración binaria y jerarquizada. Generan algo nuevo y, en consecuencia, no previsto en la cultura de la época. Original, porque ellas son el origen. Un espacio que se radica materialmente en las casas que habitan, inmersas en el tejido de la ciudad, con el que interaccionan de forma constante, ofreciendo tanto en la vida como en la muerte, su mediación.
Poseían un espacio que no es doméstico, ni claustral, ni heterosexual. Es una espacio que las mujeres comparten al margen del sistema de parentesco patriarcal, en el que se ha superado la fragmentación espacial y comunicativa y que se mantiene abierto a la realidad social que las rodea, en la cual y sobre la cual actúan, diluyendo la división secular y jerarquizada entre público y privado y que, por tanto, se convierte en abierto y cerrado a la vez. Un espacio de transgresión a los límites, tácitos o escritos, impuestos a las mujeres, no mediatizado por ningún tipo de dependencia ni subordinación, en el que actúan como agentes generadores de unas formas nuevas y propias de relación y de una autoridad femenina. Un espacio que deviene simbólico al erigirse como punto de referencia, como modelo, en definitiva, para otras mujeres.

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