martes, 6 de junio de 2017

Un mundo

"Según confesiones de la propia Ángeles Santos, fueron unos versos de Juan Ramón Jiménez los que inspiraron Un mundo: «[…] vagos ángeles malvas / apagan las verdes estrellas / Una cinta tranquila / de suaves violetas / abrazaba amorosa / a la pálida Tierra». El gran óleo, de tres por tres metros –la pintora tuvo que unir dos lienzos para conseguir la superficie deseada– causó verdadera impresión en los medios intelectuales del momento, teniendo en cuenta además que su autora era una joven residente en provincias, que lejos del ambiente cultural de la capital, no había tenido ocasión de conocer los avances de las nuevas corrientes artísticas. Tras contemplar la enorme pintura en el Salón de Otoño de Madrid de 1929, Ramón Gómez de la Serna, Jorge Guillén, García Lorca, o el propio Juan Ramón Jiménez intercambiaron correspondencia con Ángeles Santos y se desplazaron a Valladolid para conocer personalmente a la incipiente artista.
Un mundo participa a medias de los supuestos surrealistas y de la poética del realismo mágico, corriente difundida en el ensayo homónimo publicado por Franz Roh en 1925. Los personajes femeninos que pueblan la escena rodean los costados de un globo terráqueo que ha perdido su condición original para convertirse en una figura cúbica. En silenciosa procesión, estas mujeres de largos cabellos van iluminando las estrellas con el fuego previamente tomado del sol, mientras en uno de los ángulos del lienzo, otro conjunto de mujeres tocan instrumentos musicales".

Paloma Esteban Leal



No tenía formación pictórica. Y, sin embargo, de sus pinceles surgió este cuadro, en torno a la cual gravita el resto de su producción y que constituye el culmen de su renombre. De hecho, el cuadro está considerado por la crítica actual como uno de los primeros representantes del surrealismo en España; si bien una mirada atenta revela que es de las aguas del Realismo mágico de Franz Roh de donde bebe esta obra maestra.
Para su realización tomó referentes de todo lo que tenía alrededor. sus lecturas, las noticias que podría escuchar o leer, imágenes pictóricas que podría contemplar. Todo ello se integró en El mundo.
Lo primero que nos llama la atención cuando nos enfrentamos a Un mundo es el planeta cúbico en cuya superficie bulle la vida, transcurre el devenir de los hombres. Para su realización tomó como inspiración el estilo cubista de Picasso. Y quizá inconscientemente su elección de esta forma de representar los objetos tuvo la misma pretensión que en el malagueño. Ambos querían poder representar la realidad desde sus múltiples facetas de forma simultánea, permitir que el espectador aprehendiese la globalidad de un objeto, de la vida en el caso de Ángeles Santos, en un solo golpe de vista. Ángeles tomó los planos cubistas por su idoneidad para poblarlos de habitantes. “En lugar de representar la tierra redonda la hice cuadrada, en planos, porque yo había leído sobre el cubismo y así me resultaría más fácil ir colocando las cosas”. 
Los extraterrestres, madres de los seres encargados de encender las estrellas, también fueron un reflejo de la época. “Entonces se hablaba de ir al planeta Marte. Yo imaginaba que allí existirían unos seres extraños y así me inventé los que hay en la parte inferior del cuadro: las madres de los espíritus que realizan el milagro del sol. Ellas no tienen oídos, están con los ojos cerrados y en lugar de esqueleto tienenun armazón de alambre, ya se ve… como una especie de hierro oscuro, y unas manos puntiagudas. Me lo inventé así, sin pensar”.

Estos versos pertenecen al poema Alba, incluido en Segunda Antolojía poética (1922), libro que se encuadra en la llamada etapa intelectual (1916-1936). Es la etapa de la poesía desnuda, en la que han desaparecido los rasgos modernistas para dejar paso a lo esencial y a la concentración conceptual y emotiva.  Este es el poema entero (resaltados en rojo los versos que inspiraron el cuadro):
ALBA

Se paraba
la rueda
de la noche...
                            Vagos ángeles malvas
apagaban las verdes estrellas.

Una cinta tranquila
de suaves violetas
abrazaba amorosa
a la pálida tierra.
Suspiraban las flores al salir de su ensueño,
embriagando el rocío de esencias.

Y en la fresca orilla de helechos rosados,
como dos almas perlas,
descansaban dormidas
nuestras dos inocencias
—¡oh que abrazo tan blanco y tan puro!—
de retorno a las tierras eternas.

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