miércoles, 14 de junio de 2017

La jaula de Pizarnik

La Jaula
Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.

Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento.
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.

Yo lloro debajo de mi nombre.
Yo agito pañuelos en la noche
y barcos sedientos de realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.

Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.
Alejandra Pizarnik


La crítica menciona que la fusión entre vida y poesía de Pizarnik alentó las crisis depresivas y los problemas de ansiedad que poseía, Ana Calabrese, amiga de Alejandra Pizarnik, “considera en parte responsable de la muerte de Alejandra al mundo literario de la época, por fomentarle y festejarle el papel de enfant terribleque ella actuaba. Según Ana, ese ambiente fue el que no la dejó salir de su personaje, olvidándose de la persona que había detrás”.
Sin embargo, un hecho que marcó su vida fue la muerte de su padre el 18 de enero de 1967: “Elías murió de un infarto. Alejandra estaba en Buenos Aires y le avisó sólo a su íntima amiga Olga Orozco, quien fue al velorio para acompañarla”. Las entradas de sus Diarios se volvieron más sombrías: “Muerte interminable olvido del lenguaje y pérdida de imágenes. Cómo me gustaría estar lejos de la locura y la muerte (…) La muerte de mi padre hizo mi muerte más real”. Durante 1968, Pizarnik se mudó junto a su pareja, una fotógrafa; a estos cambios se sumó también su continua adicción a las pastillas: “También llegaron las pastillas que cada vez le resultaban más necesarias para explorar la noche y la escritura o convocar el sueño, siempre a riesgo de confundirse y agudizar, en lugar de apaciguar, la angustia que la empujaba a lanzar esos S.O.S. telefónicos a las cuatro de la mañana, los cuales, como recordaba Enrique Pezzoni, podían llevar al borde del asesinato a quienes más la querían”. Su búsqueda para encontrar en París un país al cual pertenecer marcó la brecha para su desgaste emocional, “los amigos señalan que, luego de su vuelta de este frustrado viaje, Alejandra inició un lento proceso de clausura progresiva que tendría una primera culminación en el primer intento de suicidio, en 1970.

El 25 de septiembre de 1972, a los 36 años, se quitó la vida ingiriendo 50 pastillas de Seconal durante un fin de semana en el que había salido con permiso del hospital psiquiátrico de Buenos Aires; hospital donde se hallaba internada a consecuencia de su cuadro depresivo y tras dos intentos de suicidio. El día siguiente, “martes 26, el velorio tristísimo en la nueva sede de la Sociedad Argentina de Escritores que, prácticamente, se inauguró para velarla”. En el pizarrón de su recámara se encontraron los últimos versos de la poeta: 
no quiero ir
nada más
que hasta el fondo

La poesía de Alejandra Pizarnik es pura indagación, si hay que afirmar algo sobre ella es que es una continua pregunta: “Siempre es el mismo interrogante: ¿de qué soy culpable?, ¿por qué este eterno sufrir?, ¿qué hice para recibir tanto golpe duro y malo?”. La necesidad de reconocimiento hace mella en Pizarnik, dando pauta a una de muchas ambivalencias que sufrió: “Temo que mis deseos de escribir no sean más que medios para conseguir el fin anhelado éxito, gloria, fe en mí. También pueden ser excusas, ya que no estudio “en serio”, ya que no vivo “en serio”. Puede ser también, que, dada mi escasa facilidad de expresión oral, apele al papel de no atragantarme, para escupir el fuego de mis angustias". Para Pizarnik escribir no sólo representaba el reconocimiento sino, también, la posibilidad de desahogarse, de manifestar esa sensibilidad que poseía. Si bien Pizarnik estaba convencida de que la comunicación oral no era una opción viable, encontró en la escritura la manera de transmitir sus sentimientos, evolucionando el lenguaje poético a un tipo de silencio constructivo-destructivo que permite al lector vivir y revivir la visión interna de la poeta: “Pizarnik gestó su identidad desde un sentimiento de excepcionalidad, y creer que estaba predestinada a ser una gran escritora le sirvió para justificar su fracaso en la vida personal”.

El extranjerismo es otro de los temas presentes en su poesía: “En Pizarnik, la alteridad judía/argentina la hizo outsider un personaje sin un sitio en la sociedad, con pocas posibilidades de disolverse en la masa amorfa y atomizada de una comunidad”. La muerte y la infancia es otro de los ejes ambivalentes más importantes en la poesía pizarnikiana: la infancia es la excepción de la realidad, por lo tanto, representa la vida, el paraíso deseado para una poeta que busca reinventar ese periodo que nunca fue satisfactorio: “Yo no sé de la infancia / más que un miedo luminoso / y una mano que me arrastra / a mi otra orilla / Mi infancia y su perfume / a pájaro acariciado”. Ensalza la delicadeza del carácter infantil, pero, también, el peligro que la rodea; dentro de ese miedo se encuentra la carencia: “Porque a veces no soy muy mala conmigo, a veces, en medio de aquella desgracia y del anochecer, me digo palabras lentas, cálidas, de una delicadeza que me hace llorar, porque son las que no te dice nadie, los que jamás te dijeron, ni siquiera cuando cabías en la palma de una mano". No sólo el deseo de atención y amor envuelve el último fragmento, también la imagen de niña solitaria se muestra más expresiva que nunca. La muerte, al contrario, siempre está presente, su poesía coquetea con ella al igual que con la locura y huye una vez que la siente cercana. Se esconde en la oscuridad y la acoge como hogar: “Afuera hay sol / Yo me visto de cenizas”.

Dentro del mundo pizarnikiano uno de los principales encuentros es el de la voz múltiple: “da la impresión de que la argentina no se acerca al poema para decir lo que ve o lo que piensa, sino, más bien, para escuchar qué sienten las demás: las que fueron, las que serán y las que son en ella!". Toda la poesía de Pizarnik es un diálogo infinito entre ella y todas las que es: “la lengua común se encripta y se hace ajena. Ella construye un lenguaje poético que abandona a conciencia todo anclaje a lo real referencial”. Es una voz del yo que está detrás del yo aún si éste se aleja. La búsqueda infinita de lo que se encuentra perdido, una incesante travesía que, incluso hasta el final de sus días, la absorbió en una terrible ambivalencia: el paraíso infantil y la tentación de la muerte, la enajenación absoluta y la vocación amorosa. Expresa Enrique Molina: “Toda su poesía gira en torno a estos dos polos magnéticos, dos solicitaciones extremas que se funden en su voz”.Francisco Cruz menciona: “La pretensión de que el lugar del yo sea el poema, conduce a la necesidad de que el yo sea, a su vez, el sitio del poema. Vida y poesía deberían ser para Pizarnik lo mismo” lo que Pizarnik confirma a lo largo de sus Diarios: “Las imágenes solas no emocionan, deben ir referidas a nuestra herida: la vida, la muerte, el amor, el deseo, la angustia. Nombrar nuestra herida sin arrastrarla a un proceso de alquimia en virtud del cual consigue alas, es vulgar”.
Fuente: wikipedia

No hay comentarios:

Publicar un comentario