martes, 18 de julio de 2017

El verano, esa mentira.

A modo de introducción:


Vacaciones es el plural de "vacación", un término que procede del latín vacans, participio del verbo vacare: estar libre, desocupado, vacante (como un puesto de trabajo). Vacuus: vacío, desocupado libre. Vacui dies: días de descanso Vacatio (-ionis): dispensa, exención. Hace referencia al descanso de una actividad habitual. Se trata del período en el cual las personas que estudian o trabajan suspenden temporalmente sus obligaciones. Las vacaciones están asociadas al descanso, el ocio y el turismo.
La costumbre de veranear se hizo popular entre la aristocracia francesa a partir del siglo XVIII, cuando muchos de sus miembros se empezaron a desplazar en los meses de verano a la champaña. Este fenómeno supuso el inicio del turismo ‘moderno’, favorecido por la aparición de medios de transporte al alcance de todos como el ferrocarril. Los desplazamientos se incrementaron y las clases menos pudientes tuvieron, por primera vez, la posibilidad de tomarse unos días de descanso fuera de sus pueblos y ciudades.
Los días de descanso se fueron extendiendo tanto que, en 1936, el gobierno francés tuvo que aprobar una serie de derechos sociales que incluían el reconocimiento a las vacaciones pagadas. Esta medida se propagó a todos los países tras el fin de la 2ª Guerra Mundial, y es desde entonces cuando podemos hablar del surgimiento del sector turístico y de la costumbre de tomarnos unas vacaciones.

Las justas y necesarias vacaciones pagadas por las que tanto se ha luchado han pasado a convertirse en una especie de festival capitalista para endeudarse y presumir de lo que no se tiene ni se necesita.
El verano es la estación del año en que hay que gastar en viajes, presumir de cuerpo, beber alcohol, hacer más conquistas sexuales. Y si no lo haces, eres un fracaso como ser humano.
Para quienes tenemos vidas normales y grises el verano es penoso, con el calor insoportable y las noches de insomnio, las tardes eternas en la ciudad sin tener a dónde ir, el asfalto a 60ºC a mediodía a la vuelta de la jornada intensiva, las tiendas y los bares cerrados, los amigos desaparecidos en el éxodo hacia la costa, el mar lejano en los sueños de la infancia, anhelado y nunca alcanzado.
El verano es triste en la futil existencia de la urbanita humilde sin piso en la playa ni dinero para escapadas, sola en su cubil de cemento y en su soledad de persona no imprescindible con la que nadie cuenta para hacer planes.
Triste y eterno verano de felices adolescentes desocupados, carcajeantes e ignorantes de las miserias de la vida adulta, del olvido de los amigos, de la debilidad de los lazos familiares, de los escasos consuelos que ofrece la vida de forma gratuita en la cárcel de hormigón.
Las cuentas corrientes se desangran igual en verano, la factura de la luz se dispara sin compasión, las playas no se acercan, no se acercan los besos y las manos amigas, no cambia la perspectiva del otoño ni del invierno ni de la primavera en las noches de sudor y soledad, en las tardes de goteo de aires acondicionados.
El verano es mentira.


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