lunes, 10 de febrero de 2020

Depresión y suicidio, cómo ayudar.

Tuve una amiga muy querida que se suicidó.
Cuando eso ocurrió yo estaba viviendo lejos de ella, el trabajo nos había separado y aun así me siento culpable de no haber podido ayudarla más.



Ella era una persona que llevaba años con depresión, que no seguía los tratamientos y tendía a automedicarse. A veces era frustrante ser su amiga, porque tenía rachas en que no cogía el teléfono, no contestaba a los mensajes, no era posible contactar con ella. Cuando estaba bien era una persona entrañable, divertida, empática, con ganas de hacer cosas nuevas...
En aquella época ambas estábamos lejos de nuestras respectivas tierras y de nuestras familias, y apenas nos teníamos la una a la otra. El entorno laboral en el que estábamos era hostil y muy exigente a nivel profesional y emocional.
Yo no supe lo que le pasaba hasta que intentó suicidarse por primera vez. Sabía que tenía problemas, que se sentía sola, pero poco más. Esa primera vez yo no me enteré de nada, las compañeras de trabajo lo ocultaron y cuando volví de unas vacaciones sólo supe que estaba de baja. Se hizo un silencio sepulcral en torno al intento de suicidio de nuestra compañera y amiga. No se hablaba de ello en un entorno en el que tratábamos con personas con trastornos mentales. Admitir que una de nosotras era vulnerable y estaba sufriendo era como admitir que éramos humanas igual que nuestros usuarios y que podíamos enfermar también.


Creo que fui la única que habló con ella del tema, que le preguntó y que le insistía en que buscara ayuda profesional fuera de nuestro entorno. No porque yo fuera mejor o más solidaria o mejor amiga, sino porque la depresión es mi vieja compañera de viaje y sabía perfectamente por lo que estaba pasando. También sabía que lo que más necesitas es tener a una persona de tu lado que te escuche, que esté ahí y que te perdone todas tus neuras y altibajos. Creo que lo intenté al menos. Claramente no fue suficiente.

De las otras compañeras sólo percibía un interés superficial, porque al fin y al cabo, ¿quién quiere hablar del suicidio?, ¿quién tiene la capacidad de manejar todo lo que este tema remueve sin sentirse perturbada? Hubo incluso alguna compañera profesional de la salud mental que se atrevió a hacer su diagnóstico con juicio de valor incluido como si no estuviéramos hablando de una amiga, sino de un "caso" que no le concernía.
Sí, a todas nos concernía que una compañera dentro de un equipo de salud mental estuviera mal y que se hubiera intentado suicidar, pero ni siquiera en un entorno del que se podría esperar algo de comprensión y apoyo hubo una reacción no solo para ayudarla a ella, sino para detectar qué estaba ocurriendo y protegernos a todas de algo tan frecuente en un trabajo así como el burn-out.



Al final, poco después de que yo tuviera que marcharme de allí, ella lo volvió a intentar y lo consiguió. Se le hizo un homenaje, se le pusieron ramos de flores y se celebraron misas, pero la realidad es que ella estaba sola, aislada y agobiada por un trabajo altamente demandante a nivel emocional. Nadie se dio cuenta, nadie se le acercó, pero todos decían después del fatal desenlace que "no estaba bien". ¿Qué hicimos por ella?
No sé si había algo que pudierámos haber hecho para salvarla. No sé qué habría pasado si algunas de las circunstancias que la rodearon en sus últimos meses hubieran cambiado, pero sí sé que necesitaba dejar de trabajar y estar con su familia, y que alguien la ayudara a pedir ayuda dado que ella era incapaz habría sido determinante.

Cuento todo esto para recordarnos a todos que las personas con depresión necesitan ayuda, y que es difícil ayudarlas, y muchas veces una labor ingrata, pero tal vez al llamar, al apoyar, al ir a ver a alguien le estemos salvando la vida. Nadie quiere estar mal ni sufrir, nadie se queda en el sofá o en la cama días o tardes enteras porque sea una vaga, nadie pierde la ilusión por la vida porque sí.



La melancolía es una losa en el pecho que paraliza, un agujero negro en el corazón que impide sentir, una nube en la mente que impide pensar, es la falta de alegría y de razones para vivir.
Nos dicen que pidamos ayuda, que no nos callemos ni nos encerremos en nosotros mismos, pero luego resulta que muy poca gente es capaz de dar una respuesta a quien se atreve a decir que está mal y necesita apoyo. Nadie quiere lidiar con ello, nadie sabe lo que tiene que hacer o decir. La depresión genera rechazo y cansa, porque encima es aburrida y tediosa, da mal rollo, y oye, mira, yo no soy una ONG, no tengo por qué comerme esto. Que la ayude su familia, que vaya al médico, que se tome las pastillas.
Y no, no es así. Todas las personas que rodean al depresivo pueden ayudarlo sin comprometerse demasiado. Basta con una llamada, un paseo, un abrazo, una sonrisa, sólo con estar ahí ya se puede salvar a alguien. Porque no hay que ser profesional, ni una ONG, ni familia, basta con ser persona, con empatizar, con dar un poco de cariño y de tiempo. Y sí hay que tener paciencia.
Pero es que el depresivo no se tiene paciencia, se desespera, lo ve todo negro y las ideas de muerte y de suicidio aparecen con facilidad ante un fin de semana de soledad, de 48h de encierro sin escuchar una voz amiga o recibir un abrazo.

Ayudad, ayudemos, no dejemos tiradas a las personas que más lo necesitan, que tienen la vida pendiente de un hilo. Que no vuelva a ocurrir lo que le pasó a mi amiga.


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