martes, 29 de noviembre de 2016

Institucionalización.

“Brooks no está loco, sino institucionalizado. Ese hombre se ha pasado aquí dentro cincuenta años ,Heywood, cincuenta años, no conoce otra cosa. Aquí dentro es un hombre importante, es un hombre culto. Fuera de aquí no es nada, un viejo inútil con artritis en las manos… No podrá conseguir un puñetero trabajo. Créeme, estos muros embrujan: primero, los odias. Luego, te acostumbras. Y al cabo de un tiempo, llegas a depender de ellos. Eso es institucionalizarse. Te encierran de por vida y eso es justo lo que te quitan, la parte que importa al menos”.
“No creo que sobreviviera fuera de aquí, he pasado aquí más de media vida, estoy institucionalizado, igual que lo estaba Brooks”.
"Cadena perpetua" , F. Darabont, 1994

El concepto de institucionalización tiene diferentes significados dependiendo del contexto al que nos refiramos.  Si nos vamos al contexto que a nosotros nos interesa, adquiere un significado, relacionado con la idea de una sumisión, que se definiría como la adaptación del propio individuo al régimen de vida de una institución como puede ser un orfanato, un asilo, una cárcel, un manicomio, centros de internamiento, etc...
Todas estas instituciones tienen en común una cosa, y es que en ellas los individuos pasan, de forma voluntaria o no, un largo periodo de tiempo. Durante este largo periodo de tiempo internadas las personas acaban generando una dependencia a la institución, acabando con su autonomía, cuando la función primordial era la de la reinserción de la persona en la sociedad.
La dimensión represora de instituciones semejantes (concepto institución disciplinaria) fue puesta de manifiesto a través del análisis de su función histórica que hizo Michel Focault en su obra "Vigilar y castigar.Nacimiento de la prisión", publicado originalmente en 1975




Desde la Edad Medía, el castigo al delincuente estaba estrechamente ligado al suplicio y al escarnio. El procedimiento consistía en manifestar el castigo públicamente, efectuándose la pena más como una venganza soberana que como una forma de reparar el daño que se había cometido. La desaparición del espectáculo punitivo tendrá lugar en Europa durante el siglo XVIII, ya que estos actos a menudo propiciaban altercados y graves desórdenes públicos. A partir de este momento el castigo dejará de presentarse como un acontecimiento público y comenzará a ser parte oculta del mismo proceso penal. Las nuevas penas también serán físicas, pero ahora se centrarán fundamentalmente en privar al delincuente de su libertad. Por otro lado, el suplicio de los condenados empezó a considerarse vergonzoso, contrario a los nuevos valores burgueses que estaban cada vez más presentes en la sociedad europea.  Para Foucault, estas críticas escondían una motivación más profunda: la búsqueda de una economía del castigo.



El aumento de la riqueza que experimenta la burguesía gracias a los cambios socioeconómicos que tuvieron lugar a partir de la segunda mitad del siglo XVIII supuso la disminución de crímenes de sangre. Sin embargo, los crímenes contra la propiedad privada aumentaron de manera considerable. Debido a esta realidad, la burguesía emergente creerá oportuno reformar la justicia, estableciendo leyes que permitan castigar los delitos contra la propiedad privada, delitos poco comunes hasta entonces, ya que la propiedad había sido tradicionalmente comunal. Los reformadores del siglo XVIII propusieron que cualquier delito se castigase con menor crueldad, aplicando castigos universales e institucionalizados. La nueva legislación penal podía resultar menos severa, pero contemplaba el castigo para delitos que antes no eran tenidos en cuenta debido a su poca frecuencia. En este sentido, el sistema penal fue reformado según las aspiraciones económicas de la burguesía, que no eran otras que la de proteger el patrimonio privado. Se entendió el atentar contra la propiedad de un hombre como un ataque a la sociedad en su totalidad, aceptándose que la sociedad tiene el legítimo derecho a defenderse y a castigar conductas que pongan en peligro su integridad. 

Para prevenir las conductas delictivas, la institucionalización de la educación formará también parte del aparato disciplinador del Estado. Pero para Foucault, las instituciones escolares no serán las únicas implicadas en el control de las masas. La prisión, las órdenes monásticas, los cuerpos militares o las mismas fábricas industriales, serán espacios en los que los individuos podrán familiarizarse e interiorizar los valores burgueses hegemónicos.
M. Foucault

Ya en pleno siglo XIX, la privación de la libertad para los delincuentes comenzará a estar enfocada por completo a la rentabilidad económica del castigo y no a efectuar una venganza social sobre el delincuente. Para ello, los principios fundamentales del aislamiento deben asegurar que se ejerza un control y una vigilancia intensa sobre el preso, las cuales facilitan que mediante el trabajo forzado pueda transformarse al individuo para devolverlo después a la sociedad como un sujeto capaz de producir beneficios y estar en concordancia con las normas generales de la sociedad industrial del siglo XIX. Este método corresponde, según Foucault, a dos principios fundamentales: principio de la corrección y principio del trabajo como obligación y como derecho.
panóptico

A lo largo de su obra, pero más concretamente en su libro Vigilar y castigar, Foucault no sólo analizó las dinámicas de cambio dentro de los procesos históricos, sino que también afirmó que la consolidación de los sistemas penitenciarios occidentales no hubiese sido posible sin el desarrollo de la tecnología disciplinaria, la cual no es identificada como una institución ni como un aparato, sino como un tipo de poder, una forma de ejercerlo que se nutre de un conjunto de instrumentos, técnicas y procedimientos. Esta modalidad de poder se vale a su vez de diversos niveles de aplicación, teniendo siempre presente una serie de metas y objetivos.
Las bases de la disciplina penitenciaria se materializarán bajo los principios del Panóptico, un diseño ideal de centro penitenciario diseñado por el filósofo J. Bentham en el año 1791. Este diseño permite la vigilancia constante de los prisioneros sin que estos puedan ser conscientes de los momentos en los que son observados. Al no saber el preso si está siendo observado o no, el funcionamiento del poder se ejerce de forma automática, ya que la conducta del observado es la de un individuo que se siente vigilado constantemente, sin necesidad de existir la presencia permanente de funcionarios que condicionen a los presos haciéndose visibles. El edificio panóptico no sólo permite modificar la conducta de los individuos y vigilarlos constantemente para intervenir en ellos antes de que las faltas se cometan, sino que también facilita reducir la plantilla de vigilantes y aumentar el número de aquellos sobre los que se ejerce el poder.



A su vez, la disciplina no sólo estará presente en espacios institucionalizados de castigo (como por ejemplo, las cárceles), sino que se verá también respaldada por la producción de conocimiento que proviene de ámbitos como la pedagogía, la psicología, la psiquiatría o la criminología. Todos estos saberes se desarrollarán en paralelo a los nuevos sistemas penitenciarios europeos del siglo XIX, por lo que el poder y el conocimiento se retroalimentarán entre sí, apoyándose en la articulación de un discurso que haga posible la aceptación social de los nuevos medios para encauzar a aquellos que incumplen la ley.
Las técnicas de la institución penal se transportan a la totalidad de la sociedad,  teniendo efectos importantes, ya que el sistema carcelario de la sociedad contemporánea es a la vez un instrumento para generar un conocimiento que el mismo poder necesita para perpetuarse.

Y como hemos visto, las propias instituciones penalizadoras y reguladoras de conductas antisociales son capaces de generar sujetos dependientes de las instituciones mismas, incapaces de sobrevivir fuera de ellas, sin autonomía. La supuesta función de reinserción de los perdedores se pierde por el camino en aras de la perpetuación de los valores burgueses hegemónicos.
Y el poder se autoafirma por los caminos más perversos, como siempre ha venido haciendo.




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