El 7 de septiembre de 1968, un grupo formado por medio millar de mujeres decidió protestar y manifestarse a favor de la liberación femenina en el marco de la elección de Miss América en New Jersey, Estados Unidos, lideradas por el colectivo "Mujeres radicales de Nueva York".
LLegaron en autobuses desde Nueva York, Boston, Washington, y se instalaron en el malecón de Atlantic City, en las afueras del Centro de Convenciones, donde se llevaba a cabo el concurso. Consideraban sexistas los concursos de belleza, y con la consigna "No More Miss America", las feministas hicieron un decálogo con sus críticas al concurso. Además de compararlo con una exposición vacuna ,donde se calificaba y puntuaba a las mujeres como si fueran reses, también lo consideraban militarista, dado que "Miss America" visitaba a las tropas estadounidenses en el extranjero. Entre otras críticas se señalaba que el concurso era racista, capitalista y que incentivaba la obsesión de las mujeres con cierto ideal de belleza y que proyectaba una imagen de mujer sumisa y apolítica. Paralela a la protesta feminista se desarrollaba una que atacaba a Miss America por su racismo, y que básicamente era una versión del Miss America para mujeres negras. La primera edición del concurso Miss Black America se desarrolló muy cerca de donde se desarrollaba la final de Miss America 1968. Las feministas no apoyaron la realización del concurso Miss Black America, porque consideraban todos los concursos de belleza como sexistas.
El símbolo de la protesta era el "Basurero de la Libertad", que no era más que un cubo de basura al que las feministas arrojaban lo que consideraban instrumentos de tortura opresores como fajas, zapatos de tacón alto, pestañas postizas y ejemplares de revistas sexistas como Playboy o Cosmopolitan. Pretendían quemar el contenido del basurero y la policía se lo impidió. Sin embargo el Washington Post publicó al día siguiente un artículo que decía:“La parte final y más trágica de la protesta tuvo lugar cuando varias mujeres quemaron públicamente sus sostenes”. Lindsy Van Gelder publicó en el New York Post un reportaje con el titular "Bra Burners and Miss America.".
La quema de sostenes se transformó en el paralelismo feminista de la quema de las tarjetas de reclutamiento que hacían los jóvenes que se negaban a ser reclutados en las tropas estadounidenses que luchaban en la guerra de Vietnam. La quema de sostenes pasó entonces a ser un símbolo de las protestas feministas creado por la prensa.
Como legado de la protesta feminista contra el Miss America 1968, el Movimiento de Liberación de la Mujer y la discusión sobre los estándares de belleza se pusieron en el centro del debate nacional de Estados Unidos. El feminismo ganó una presencia en los medios de comunicación inédita hasta entonces.
La quema de sostenes se transformó en el paralelismo feminista de la quema de las tarjetas de reclutamiento que hacían los jóvenes que se negaban a ser reclutados en las tropas estadounidenses que luchaban en la guerra de Vietnam. La quema de sostenes pasó entonces a ser un símbolo de las protestas feministas creado por la prensa.
Como legado de la protesta feminista contra el Miss America 1968, el Movimiento de Liberación de la Mujer y la discusión sobre los estándares de belleza se pusieron en el centro del debate nacional de Estados Unidos. El feminismo ganó una presencia en los medios de comunicación inédita hasta entonces.
Aunque falsa, la no-noticia se propagó rápidamente. Se introdujo en la audiencia norteamericana primero y mundial después de la extravagante visión de un sostén ardiendo como forma de protesta. Desde entonces, la quema de sujetadores (lo que suele llamarse ‘bra-burning’, y a sus protagonistas, ‘bra-burners’) se convirtió en una especie de símbolo universal de la liberación femenina hasta extremos ridículos, porque la verdad es que nadie se llegó a plantear seriamente más allá de la anécdota por qué las mujeres usan sujetador y por qué algunas habían decidido no llevarlo. “El uso de esta imagen quería poner de manifiesto la idea de que el feminismo no sólo rechazaba ser objeto del deseo, sino que también trataba de destruir la imagen femenina, privando así a los hombres del placer de contemplarla y mostrando una envidia poco fraterna hacia otras mujeres más atractivas. Pero la conexión inicial con la protesta por la elección de Miss América se olvidó”, reflexiona la autora inglesa Paula Nicolson en ‘Poder, género y organizaciones’.
Recuerdo cuando era una veinteañera despreocupada y en una excursión a la playa con unas amigas hablamos del tema de los sujetadores.
Una de ellas nos habló de lo opresivos que son, de que las tetas tienen que ser libres, de que teníamos que hacer "top less", mientras miraba con reprobación la parte superior de nuestro bikinis. Ella era una chica con poco pecho y corría y jugaba a las palas despreocupada por la playa con sus pechos casi aniñados. La otra chica y yo, ambas tetonas, nos miramos encogiendo los hombros, resignadas a no poder gozar de esa libertad por nuestros pechos grandes y colgones. Ella, la chica con pequeñas tetas, no podía entender lo que era correr y sentir dolor por el movimiento de las mamas. Ni sentir las miradas lascivas y repugnantes de los viejos verdes clavarse a través de la ropa por la calle. ¿No llevar sujetador? ¡Impensable! No, las chicas con poco pecho no lo pueden entender, pensamos.
Está muy bien lo de quemar los sujetadores cuando no tienes una masa de carne hipersexualizada pegada a tu tórax a la que cualquiera se siente con derecho a mirar y criticar, desear o hacer objeto de fantasías lúbricas. Yo quiero aprisionarla en un sujetador reductor, invisibilizarla, minimizarla, disimularla con ropa ancha y encorvarme para que no resalte en mi cuerpo ávido de no llamar la atención, de no recibir piropos callejeros, agresiones verbales de hombres desconocidos que sólo ven en mí un par de tetas a las que les gustaría estrujar sin considerar que soy una mujer con sentimientos que tiene derecho a caminar por la calle sin saberse objeto de semejantes deseos.
Pasas los años encorvada, llevando sujetadores que te dañan la espalda y se clavan en la piel, evitando correr y moverte demasiado en público por temor a que los pechos resalten y se muevan y algún voyeur te lance una mirada de dominación.
Hasta que te haces consciente de que no hay derecho. Las tetas son una parte más de nuestros cuerpos a las que se le ha otorgado un valor sexual desmesurado. Yo me lo creí, me creí que había que aprisonarlas. Me creía de verdad que sin sujetador dolían al correr. Y sin embargo todo mi anhelo al llegar a casa era quitármelo y lanzarlo al aire.
Con los años las tetas se van cayendo, se mueven más, y no pasa nada, no duelen.
Quiero correr por la calle y me da igual que se muevan, como se mueve un michelín. No pasa nada, no es sexo. Me han tenido, me he tenido engañada demasiado tiempo.
Soy tetona y no me creo el discurso del sujetador, las quiero libres, pero me sigue dando miedo de las miradas de ellos por la calle. Y por eso no sé si algún día podré quemar mis sujetadores.
Una de ellas nos habló de lo opresivos que son, de que las tetas tienen que ser libres, de que teníamos que hacer "top less", mientras miraba con reprobación la parte superior de nuestro bikinis. Ella era una chica con poco pecho y corría y jugaba a las palas despreocupada por la playa con sus pechos casi aniñados. La otra chica y yo, ambas tetonas, nos miramos encogiendo los hombros, resignadas a no poder gozar de esa libertad por nuestros pechos grandes y colgones. Ella, la chica con pequeñas tetas, no podía entender lo que era correr y sentir dolor por el movimiento de las mamas. Ni sentir las miradas lascivas y repugnantes de los viejos verdes clavarse a través de la ropa por la calle. ¿No llevar sujetador? ¡Impensable! No, las chicas con poco pecho no lo pueden entender, pensamos.
Está muy bien lo de quemar los sujetadores cuando no tienes una masa de carne hipersexualizada pegada a tu tórax a la que cualquiera se siente con derecho a mirar y criticar, desear o hacer objeto de fantasías lúbricas. Yo quiero aprisionarla en un sujetador reductor, invisibilizarla, minimizarla, disimularla con ropa ancha y encorvarme para que no resalte en mi cuerpo ávido de no llamar la atención, de no recibir piropos callejeros, agresiones verbales de hombres desconocidos que sólo ven en mí un par de tetas a las que les gustaría estrujar sin considerar que soy una mujer con sentimientos que tiene derecho a caminar por la calle sin saberse objeto de semejantes deseos.
Pasas los años encorvada, llevando sujetadores que te dañan la espalda y se clavan en la piel, evitando correr y moverte demasiado en público por temor a que los pechos resalten y se muevan y algún voyeur te lance una mirada de dominación.
Hasta que te haces consciente de que no hay derecho. Las tetas son una parte más de nuestros cuerpos a las que se le ha otorgado un valor sexual desmesurado. Yo me lo creí, me creí que había que aprisonarlas. Me creía de verdad que sin sujetador dolían al correr. Y sin embargo todo mi anhelo al llegar a casa era quitármelo y lanzarlo al aire.
Con los años las tetas se van cayendo, se mueven más, y no pasa nada, no duelen.
Quiero correr por la calle y me da igual que se muevan, como se mueve un michelín. No pasa nada, no es sexo. Me han tenido, me he tenido engañada demasiado tiempo.
Soy tetona y no me creo el discurso del sujetador, las quiero libres, pero me sigue dando miedo de las miradas de ellos por la calle. Y por eso no sé si algún día podré quemar mis sujetadores.
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