miércoles, 11 de mayo de 2016

La banalidad del mal

“La ‘banalidad del mal’ es lo que realizamos cuando rehusamos comportarnos como seres humanos, con inteligencia, discernimiento, juicio; cuando justificamos nuestros actos diciendo que sólo tenemos que obedecer, cumplir, seguir lo que otros nos dicen, y aceptamos actuar como piezas sin juicio moral de una estructura que en la práctica se revela monstruosa”.
Luis García Orso


Adolf Eichmann fue el máximo responsable de la logística de la llamada "solución final" en el régimen nazi y tuvo bajo su responsabilidad directa el traslado de centenares de miles de judíos europeos a los campos de exterminio. Se refugió en Argentina después de la guerra y allí fue secuestrado por agentes de los servicios secretos israelíes en mayo de 1960 y trasladado a Israel para ser juzgado por sus crímenes. Fue condenado a muerte por el estado de Israel y ahorcado.
Su juicio, que comenzó al año siguiente, atrajo la atención mediática internacional.
Hannah Arendt, antigua discípula de Martin Heidegger y de Karl Jaspers en su Alemania natal, emigrada a Estados Unidos y destacada intelectual judía, pidió a la revista "The New Yorker" hacer un reportaje del proceso, que fue publicado en 1963 en esta revista y el mismo año en forma de libro, bajo el título de "Eichmann en Jerusalén".
Lo primero que sorprendió a  Hannah Arendt de la figura de Eichmann cuando presenció su juicio en Jerusalén fue su "vulgaridad". La mediocridad de aquel hombre no se correspondía con los horrendos crímenes que había cometido. A partir de su acercamiento a la figura de Eichmann, Arendt llegó a la conclusión de que los crímenes más horribles pueden originarse no sólo desde el sadismo y la perversidad, sino también desde la superficialidad y la frivolidad, la ausencia de pensamiento y de capacidad reflexiva.
Eichmann no parecía un perverso ni un sádico, ni tampoco parecía odiar a los judíos. Arendt sostiene que Eichmann "no supo jamás lo que hacía", no en el sentido de que no conociera el destino final de las personas que deportaba a los campos de exterminio, sino en el sentido de no tener conciencia de la naturaleza criminal de sus actos, de no tener una dimensión clara del significado de lo que estaba haciendo. "A pesar de los esfuerzos del fiscal, cualquiera podía darse cuenta de que aquel hombre no era un "monstruo", pero en realidad se hizo difícil no sospechar que fuera un payaso ".

La personalidad del acusado fue por tanto lo que más impresionó a Arendt durante el proceso. Conocía en detalle los crímenes (ella misma, judía de origen alemán, estuvo en un campo de refugiados y fue apátrida durante años) que estaban a juicio y es razonable suponer que esperaba encontrarse con otra clase de individuo. Si Eichmann hubiese sido un monstruo, habría sido perfectamente esperable y natural las conductas monstruosas y sádicas por las que se le juzgaban. Y sobre todo, el hecho de que hubiera sido un monstruo habría sido muy tranquilizador, porque un monstruo es por definición una aberración, alguien que se aparta de forma muy evidente de lo normal y que es fácilmente identificable como tal. Eichmann, en cambio, aunque no era exactamente un hombre corriente, estaba más cerca de ello que de la caricatura estereotipada del malvado con cuernos y rabo de demonio que muchos necesitaban ver en él.

Se ha dicho y demostrado que los hombres ordinarios pueden llegar a cometer los crímenes más terribles si las circunstancias de sus vidas los determinan a ello. Lo cierto es que, como se ha mencionado anteriormente, Arendt no pensaba que Eichmann fuera un hombre normal o corriente. Pensaba que era un hombre particularmente superficial e irreflexivo.
Arendt creyó descubrir en el juicio de Eichmann que el mal es un fenómeno superficial, que arrastra sobre todo a los individuos que no se detienen a pensar en sus acciones. Resistimos al mal no quedándonos en la superficie de las cosas, es decir, apartándonos de la vorágine de la vida cotidiana y deteniéndonos a pensar en las cosas que nos rodea, de lo que se deduce que cuanto más superficial sea una persona, tanto mayores serán las probabilidades de que ceda ante el mal.
Arendt no se profundiza en la explicación del fenómeno de la banalidad del mal, tan sólo lo describe,y de hecho en el último capítulo de "Eichmann en Jerusalén". Hay para ella hombres superficiales, sometidos a la tiranía de las cosas que los rodean y de la cotidianeidad, que no llegan a concebir cosas distintas de las que conocen y que no pueden imaginar que sus vidas puedan ser diferentes a como son. Esos hombres pueden llegar a cometer los crímenes más terribles.
Podemos poner en cuestión a Arendt, dudar de los fenómenos que ella creyó ver. Es posible sostener, como otros han hecho, que el Eichmann que ella describe no es el auténtico. En cualquier caso, la verdadera naturaleza de Eichmann es independiente del valor que pueda tener la tesis de Arendt. 
Arendt nos enseña que los crímenes más atroces pueden ser cometidos sin una auténtica intención criminal, sin sadismo o sin un cálculo frío de costos y beneficios, sino meramente por motivaciones superficiales y por individuos también superficiales.

2 comentarios:

  1. Siempre pensé que lo vulgar no puede traer nada bueno ...
    Que le vamos a hacer

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  2. Lo que no trae nada bueno es no pensar ni plantearse las cosas... ¡ya ves hasta qué punto!

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