viernes, 7 de octubre de 2016

La responsabilidad según Hans Jonas

"La bendición de la ciencia, puede convertirse en maldición: el hermano Caín (la bomba) es malo, pero el hermano Abel (el pacífico reactor) también lo puede ser".  
Hans Jonas
La obra de Hans Jonas es hoy uno de los referentes con mayor influencia en el ámbito de las éticas aplicadas y su libro "El principio de responsabilidad: Ensayo de una ética para la civilización tecnológica" constituye un referente inexcusable en el campo de las éticas deontológicas, con repercusión en bioética, tecnoética y ética ecológica.
Su referente es la crisis de la modernidad. Jonas ni quiso ser moderno ni vio en el pensamiento cuyo origen está en las Luces, otra cosa que un totalitarismo tecnológico.
Su reflexión sobre la responsabilidad no puede entenderse sin la experiencia de la Shoah: su madre murió en Auschwitz y él fue voluntario en la Brigada Judía del ejército británico en la II G.M. Para comprender a Jonas hay que tener en cuenta su conferencia "El concepto de Dios después de Auschwitz", en la que considera que el nazismo es la expresión de un mundo en que Dios ha renunciado al poder para que el hombre pueda existir. Por eso tampoco en la técnica habrá nada bueno en sí mismo. El punto de partida es la existencia del mal.

La ética de Jonas arranca de un hecho: el hombre es el único ser conocido que tiene responsabilidad. Sólo los humanos pueden escoger consciente y deliberadamente entre alternativas de acción y esa elección tiene consecuencias. La responsabilidad emana de la libertad. O, en sus propias palabras: la responsabilidad es la carga de la libertad. La responsabilidad es un deber, una exigencia moral que recorre todo el pensamiento occidental, pero que hoy se ha vuelto más acuciante todavía, porque ,en las condiciones de la sociedad tecnológica, ha de estar a la altura del poder que tiene el hombre.
La ciencia y la técnica han modificado profundamente las relaciones entre hombre y mundo. Para los antiguos, la potencia humana era limitada y el mundo, en cambio, era infinito. Pero hoy la situación se ha invertido y la naturaleza se conserva en parques naturales, rodeados de civilización y tecnología. Hoy la naturaleza es débil y está amenazada. El hombre tiene, pues, el deber moral de protegerla y ese deber aumenta en la medida que sabemos lo fácil que es destruir la vida. La ética hoy debe tener en cuenta las condiciones globales de la vida humana y de la misma supervivencia de la especie.  
La idea fundamental sobre la que se sustenta la ética de Jonas es la experiencia de la vulnerabilidad. Las generaciones actuales tienen la obligación moral de hacer posible la continuidad de la vida y la supervivencia de las generaciones futuras. Ese deber es explicitado como imperativo categórico.

Hacer hoy el bien, significa hacerlo en las condiciones de la tecnología. El imperativo tecnológico significa, en consecuencia, partir de un criterio que ya no pude ser de "dominio", pero que aún no puede ser de "comunidad", puesto que la comunidad mundial es un espejismo. 
Jonas es un enemigo radical de las utopías. La utopía consideraba que en el mundo todo era posible y nada estaba escrito. Pero la experiencia de la bomba atómica, de la contaminación y de la Shoah demuestra que, moralmente, la utopía puede acabar siendo la justificación del asesinato en gran escala y de la destrucción del planeta. La utopía decía a los hombres "Tu puedes hacerlo; y, en cuanto puedes, debes". La responsabilidad exige, sin embargo el cálculo de riesgos y, en la duda, si algo puede fallar, es mejor no hacerlo.  



A diferencia del imperativo categórico kantiano que se dirigía al comportamiento privado del individuo, el nuevo imperativo de la responsabilidad se dirige al comportamiento público y social. No se trata de buscar la concordancia del hombre consigo mismo, la coherencia personal del humano que quiere estar a la altura de su deber, como acontecía en Kant, sino que se pone el acento en la dimensión de futuro que, al revés de lo que acontece con la utopía, no se ve como promesa sino como amenaza.  
Si la ética de Jonas se pretende con valor universal, no es porque todo el mundo hace lo mismo sino porque, obrando así, defendemos la vida de todos (todos los seres vivos del planeta).

El imperativo ético que propone Jonas arranca del miedo. Es el miedo a las consecuencias irreversibles del progreso (manipulación genética, destrucción del habitat), lo que nos obliga a actuar imperativamente. El motor que nos impulsa a obrar es la amenaza que pende sobre la vida futura.
En la civilización actual es mucho más fácil saber qué es el mal que indagar sobre el bien: Un mal absoluto, como la desaparición de la especie, debe obligarnos absolutamente. Si nos damos cuenta de los efectos a largo término de nuestros actos y somos capaces de experimentar el sentimiento de pérdida posible, necesariamente debemos sentirnos impelidos a obrar. No hay técnica "buena" y técnica "mala". 


El miedo es un sentimiento negativo, pero de esa negatividad puede salir algo positivo: hay que prestar más atención a la profecía de la desgracia que a la de la felicidad utópica, y obrar en consecuencia, tomando en serio la amenaza que planea sobre el futuro de la humanidad y que nos invita a obrar con responsabilidad.
Obviamente, este imperativo categórico colectivo arranca de una opción por el hombre y por la continuidad de la evolución.
  Pero, y eso es lo más importante, quiere ser  una "ética del futuro", lo que no quiere decir una ética "en" el futuro, concebida para que algún día la lleven a cabo nuestros descendientes, sino una ética que ,desde hoy, se preocupa por el futuro y trata de protegerlo. Mañana puede ser tarde y los optimistas tal vez no se dan cuenta...


La obra de Jonas está hoy en el centro del debate ecológico. Pero Jonas ha tenido una "fama póstuma" pues, en vida, lo obscureció un "optimismo tecnológico" muy propio del progresismo político.
En la obra de Jonas se hallan elementos muy poco "modernos", pero que deberían ser pensados con detenimiento:
Da muy poca -o ninguna- importancia a la autonomía moral del individuo, que para él es un espejismo. El hombre es inseparable del colectivo y su autonomía siempre es parcial.  
Recupera un elemento que en la modernidad parecía olvidado: el mal. Recordar su existencia tal vez sea de mal gusto pero, vista la historia reciente, es una obviedad.  
Centra su ética en la abstención, cuando la tradición occidental piensa, en cambio, la acción.
No acepta la idea de la reciprocidad entre deberes y derechos. Los humanos tienen deberes, especialmente con la supervivencia de la vida y con los no nacidos, más allá de la generación presente  


1 comentario:

  1. Sí, estoy de acuerdo. He seguido el lenguaje utilizado por el autor, pero lo tendré en cuenta a partir de ahora.
    Muchas gracias por tu aportación.

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