jueves, 20 de mayo de 2021

Enseñar lo bonito, exhibir lo feo

Hemos normalizado que las redes sociales estén hechas para enseñarlos a gente guapa y joven hacer bailecitos y poses, que muestren sus bonitas casas, su ropa y zapatos de lujo, sus perritos de raza en bolsos de Vouitton y sus comidas de restaurantes exclusivos.

Nos parece estupendo este despliegue de lo bonito, de la vida de color de rosa, del lujo indecente y de la belleza por la belleza sin más. Hasta el punto de que esto es tendencia, con miles y millones de personas que siguen a estos influencers para ver lo bonito, lo agradable, lo inalcanzable, lo soñado, lo que jamás tendremos pero que soñamos poseer algún día. El voyeurismo del lujo y lo bueno, la contemplación acrítica y compulsiva de lo que se filtra (literal y metafóricamente) para que lo veamos perfecto y sin tacha. 

Eso nos parece bien, no nos parece indecente ni nos molesta. Pero si alguien en redes sociales muestra algo desagradable, algo feo, algo humano en definitiva, nos molesta. Incluso lo escabroso y lo sádico tiene éxito, se hace viral y se habla de ello. Pero de lo humano, de la tristeza, la normalidad, la enfermedad, no queremos saber nada. A menos que esté adecuadamente suavizado y edulcorado con frases motivacionales vacías de Mr Wonderful.



Nos gusta cotillear la vida de los ricos y bellos, colarnos en sus casas, imitar sus maquillajes y modelitos, pero huimos de lo que les pasa a nuestros grises semejantes que visten de mercadillo y viven en bloques de cemento. Es comprensible, necesitamos evadirnos. O quizá no sea una inofensiva evasión, sino una alienación, el deseo de desvincularnos de lo que somos, de nuestra realidad y de comprometernos con ella. No me enseñes niños con hambre, ni animales maltratados, ni gente deshauciada, ni gente en campos de refugiados, deja que me deslumbren la base de maquillaje de la cantante famosa y bella y los músculos del actor rico. Deja que no piense en las cosas que están mal en el mundo porque estoy cansado de luchar por lo mío. 

No me enseñes la realidad porque no estoy dispuesto a cambiarla, deja que me pierda en el ensueño narcotizante de lo que me gustaría que fuera.

Y por eso, lo bonito se enseña y "lo feo" se exhibe, de forma peyorativa.



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