martes, 26 de julio de 2016

El constructo social del instinto maternal

Como anunciaba Lévi-Strauss, la antropología "revela que aquello que consideramos ‘natural’, fundado en el orden de las cosas, se reduce a limitaciones y hábitos mentales propios de nuestra cultura.” 

El llamado instinto maternal es una construcción social, algo aprendido, por lo que se puede renunciar a él. el instinto maternal sería simbólico o un deseo que se construye en el seno de las sociedades y cambia con la historia. Muchas teorías sociales y expertos de las ramas de la antropología, la psicología y la sociología, sostienen que el instinto en el ser humano puede ser considerado como casi inexistente o nulo. Esto se explica a través del hecho de que el ser humano es el único ser vivo que interactúa en un medio cultural en el cual las reacciones biológicas y ‘salvajes’ están neutralizadas o aplacadas.
G. Klimt

En la cultura occidental moderna predomina el mito del intistinto maternal, como si se tratara de un sentimiento ahistórico, universal y propio de todas las mujeres, o un hecho instintivo natural, propio de la feminidad y de la naturaleza femenina. Según esta creencia, el sentimiento materno se manifiesta en las niñas desde muy temprana edad: jugando a las mamás, a las casitas, a las muñecas, etc... Este mandato del amor materno se refuerza por los discursos religiosos, culturales e institucionales, y a las mujeres que no se ajustan a la norma las acusan de ser "anomalías, salvajes o atrasadas".

El instinto materno (según explica Volnovich ) es un mito de la modernidad. Como las madres no criaban a sus hijos, la mortalidad infantil estaba en estrecha relación con la dificultad para encontrarles nodrizas o con la incompetencias de ellas. Según Elizabeth Badinter en su libro "Existe el amor maternal", de los 21 mil niños nacidos en 1780 en París, sólo mil permanecieron con sus madres; otros mil, de familias acaudaladas, fueron amamantados por nodrizas en la casa paterna, y los 19 mil niños restantes fueron entregados, desde el momento mismo del nacimiento, a nodrizas a sueldo que los criaban en el campo. Un 90 por ciento de ellos no pasó el primer año. Las estadísticas de la época consignan que hasta casi fines del 1700, eran muchos los niños que morían sin haber conocido la mirada de su madre.El mito del amor maternal es en este sentido, un intento de contención de ese infanticidio que estaba despoblando Europa. No es casual: de esa época datan los primeros censos, y ellos permiten comprobar que la Europa que necesita soldados para las guerras imperiales y colonizadores para poblar las colonias, se está quedando vacía. A partir de 1760, empiezan a aparecer en Francia publicaciones que aconsejan a las madres la atención personal de los bebés.Eso que hoy conocemos, padecemos y disfrutamos como algo "instintivo", "natural", "incondicional", no tiene nada de instintivo: es una construcción social que surge de esa época, e identifica a la mujer con su función de madres, a partir de discursos económicos, filosóficos, y fundamentalmente ideológicos, como el de Rousseau. Las dulzuras de la maternidad fueron objeto de una exaltación infinita; ser madre devino así en un deber impuesto, pero también en la actividad más envidiable y gratificante que podía esperar una mujer.


El tema de la maternidad es claramente un asunto muy polémico. Primero, porque hay discrepancias en la definición de lo masculino, lo femenino, la familia y la sexualidad; y segundo, porque en temas como la familia y la maternidad nadie es neutral. Pero es necesario revisar las concepciones que se tienen respecto a la maternidad en la cultura occidental y asumir que no en todas las culturas ni en todos los tiempos se han asociado tan estrechamente la figura de la mujer y su feminidad y la de la madre.  Por eso, las mujeres están en su derecho de tener plena capacidad política y cultural para crear ideas y acciones en torno a esta compleja función maternal (o no maternal, como en el tema del aborto).

Si nos remitimos a la antropología y a los datos etnográficos, encontraremos culturas diferentes en donde los niños no son representados, como en nuestra sociedad,  ni tratados como seres dulces, inocentes y tiernos; ni las mujeres están asociadas necesariamente con la maternidad ni como solícitas y amorosas guardianas del hogar que la ideología capitalista moderna ha diseñado como el único papel válido para todas las mujeres y todas las familias.
No todas las culturas definen a la mujer de la misma manera, ni siquiera establecen necesariamente una relación especial entre la mujer y la esfera doméstica, como ocurre en la cultura occidental. La asociación entre mujer y madre no es ni mucho menos todo lo natural que podría parecer a primera vista., según la antropóloga Henrietta Moore, por lo tanto, no existiría esa determinación biológica inevitable que tantos argumentan.

Las niñas terminan jugando con muñecas porque la sociedad las "domestica" incluso desde antes de nacer, al designarles ciertos nombres, colores y vestimenta y, luego, las "entrena" con juguetes muy específicos para inculcar en ellas “el impulso innato a engendrar y a cuidar hijos”. Es la misma lógica falaz, pero conveniente para el pensamiento conservador masculino, que llevó al senador republicano y antiabortista Todd Akin a afirmar, para repudio de la razón humana, que cuando una mujer es “verdaderamente” violada, su cuerpo de manera “natural” impide que se concrete una fecundación.

El mito del instinto maternal interviene significativamente en el control social de las mujeres. Las representaciones sociales en torno a la maternidad se ven atravesadas por diferentes instituciones como el Estado, la iglesia, los agentes de salud, los agentes jurídicos, entre otros. Mientras este mito se mantiene vivo, permanece también intacta la subordinación de las mujeres, negándoles así una identidad por fuera de la función materna. Este mito dictamina que toda mujer debe, necesita y desea ser madre. La maternidad mantiene el orden social – heterosexual y legitima la esencia femenina, que supuestamente completa a las mujeres.

En "Masculino y femenino" Margaret Mead plantea: "Aunque las mujeres, de hecho, puedan dedicar sólo la mitad de su vida a la crianza o un tercio en las sociedades más longevas, la mayoría de las sociedades insisten en realzar este aspecto de la feminidad como el más significativo. En muchas sociedades, las jóvenes antes de la pubertad y después de la menopausia, son tratadas casi como hombres. Una sociedad que no define a la mujer como esencialmente destinada a traer niños al mundo tiene muchas menos dificultades para derribar tabúes o barreras sociales."

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