Como anunciaba Lévi-Strauss, la antropología "revela que aquello que consideramos ‘natural’, fundado en el orden de las cosas, se reduce a limitaciones y hábitos mentales propios de nuestra cultura.”
El llamado instinto maternal es una construcción social, algo aprendido, por lo que se puede renunciar a él. el instinto maternal sería simbólico o un deseo que se construye en el seno de las sociedades y cambia con la historia. Muchas teorías sociales y expertos de las ramas de la antropología, la psicología y la sociología, sostienen que el instinto en el ser humano puede ser considerado como casi inexistente o nulo. Esto se explica a través del hecho de que el ser humano es el único ser vivo que interactúa en un medio cultural en el cual las reacciones biológicas y salvajes están neutralizadas o aplacadas.
En la cultura occidental moderna predomina el mito del intistinto maternal, como si se tratara de un sentimiento ahistórico, universal y propio de todas las mujeres, o un hecho instintivo natural, propio de la feminidad y de la naturaleza femenina. Según esta creencia, el sentimiento materno se manifiesta en las niñas desde muy temprana edad: jugando a las mamás, a las casitas, a las muñecas, etc... Este mandato del amor materno se refuerza por los discursos religiosos, culturales e institucionales, y a las mujeres que no se ajustan a la norma las acusan de ser "anomalías, salvajes o atrasadas".
El tema de la maternidad es claramente un asunto muy polémico. Primero, porque hay discrepancias en la definición de lo masculino, lo femenino, la familia y la sexualidad; y segundo, porque en temas como la familia y la maternidad nadie es neutral. Pero es necesario revisar las concepciones que se tienen respecto a la maternidad en la cultura occidental y asumir que no en todas las culturas ni en todos los tiempos se han asociado tan estrechamente la figura de la mujer y su feminidad y la de la madre. Por eso, las mujeres están en su derecho de tener plena capacidad política y cultural para crear ideas y acciones en torno a esta compleja función maternal (o no maternal, como en el tema del aborto).
Si nos remitimos a la antropología y a los datos etnográficos, encontraremos culturas diferentes en donde los niños no son representados, como en nuestra sociedad, ni tratados como seres dulces, inocentes y tiernos; ni las mujeres están asociadas necesariamente con la maternidad ni como solícitas y amorosas guardianas del hogar que la ideología capitalista moderna ha diseñado como el único papel válido para todas las mujeres y todas las familias.
No todas las culturas definen a la mujer de la misma manera, ni siquiera establecen necesariamente una relación especial entre la mujer y la esfera doméstica, como ocurre en la cultura occidental. La asociación entre mujer y madre no es ni mucho menos todo lo natural que podría parecer a primera vista., según la antropóloga Henrietta Moore, por lo tanto, no existiría esa determinación biológica inevitable que tantos argumentan.
Las
niñas terminan jugando con muñecas porque la sociedad las "domestica"
incluso desde antes de nacer, al designarles ciertos nombres, colores y
vestimenta y, luego, las "entrena" con juguetes muy específicos para
inculcar en ellas “el impulso innato a engendrar y a cuidar hijos”. Es la misma
lógica falaz, pero conveniente para el pensamiento conservador masculino, que
llevó al senador republicano y antiabortista Todd Akin a afirmar, para repudio
de la razón humana, que cuando una mujer es “verdaderamente” violada, su cuerpo
de manera “natural” impide que se concrete una fecundación.
El mito del instinto maternal interviene significativamente en el control social de las mujeres. Las representaciones sociales en torno a la maternidad se ven atravesadas por diferentes instituciones como el Estado, la iglesia, los agentes de salud, los agentes jurídicos, entre otros. Mientras este mito se mantiene vivo, permanece también intacta la subordinación de las mujeres, negándoles así una identidad por fuera de la función materna. Este mito dictamina que toda mujer debe, necesita y desea ser madre. La maternidad mantiene el orden social – heterosexual y legitima la esencia femenina, que supuestamente completa a las mujeres.
En "Masculino y femenino" Margaret Mead plantea: "Aunque las mujeres, de hecho, puedan dedicar sólo la mitad de su vida a la crianza o un tercio en las sociedades más longevas, la mayoría de las sociedades insisten en realzar este aspecto de la feminidad como el más significativo. En muchas sociedades, las jóvenes antes de la pubertad y después de la menopausia, son tratadas casi como hombres. Una sociedad que no define a la mujer como esencialmente destinada a traer niños al mundo tiene muchas menos dificultades para derribar tabúes o barreras sociales."
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