jueves, 28 de julio de 2016

el verano

Lejos, en los borrosos confines de la infancia, quedan esos veranos felices y gozosos.
En los que todo era despreocupación, revolcarse en la arena, fundirse con los rayos de sol y tragar agua de mar.
Los días pasaban ociosos y no había ni junio ni julio ni agosto, era un sucederse de días luminosos y eternos henchidos de libertad y semidesnudez, sin mirar ni ser miradas.
No pensar en el mañana ni en el ayer, no saber lo que es un reloj, fascinarse con el vuelo de una gaviota o las evoluciones de un cangrejo ermitaño.
Construir castillos de arena, disfrutar de ver cómo las olas los lamían hasta disolverlos, hundir hasta los codos los brazos en pasadizos secretos de arena mojada.
Eternas siestas de adultos impacientes y agotados con sus vidas marcadas por la tiranía de un horario.
Atardeceres aterciopelados sobre arenas frescas y mares de espejo buscando el rayo verde.
Noches de cuentos y juegos de mesa con el abuelo.

Ahora en el asfalto mis pies fatigados caminan bajo la batuta de un tic tac implacable.
El verano es largo y duro en la ciudad, no hay tregua para el pequeño engranaje de la maquinaria incansable y recalentada.
Ni arena ni mar ni castillos ni gaviotas. Horas, minutos, números y párpados hinchados.
Ya no hay veranos.



2 comentarios:

  1. Lo has descrito perfectamente, que recuerdos aquellos en general de la infancia, no sólo del verano, la felicidad de la despreocupación,el no saber demasiado y por supuesto la atenta ala de nuestros padres protectores.

    Me ha gustado. Besos

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