lunes, 18 de noviembre de 2019

El dilema de Aída

Aida (a veces escrito Aïda; del árabe عايدة, nombre femenino que significa 'visitante' o 'que regresa') es una ópera en cuatro actos con música de Giuseppe Verdi y libreto en italiano de Antonio Ghislanzoni, basado en la versión francesa de Camille du Locle de la historia propuesta por el egiptólogo francés Auguste Mariette. Aida fue estrenada en el Teatro de Ópera del Jedive en El Cairo el 24 de diciembre de 1871, dirigida por Giovanni Bottesini.
Ismail Pachá, jedive de Egipto, encargó a Verdi una ópera para representarla en enero de 1871, pagándole para ello 150.000 francos,​ pero el estreno se retrasó debido a la Guerra Franco-Prusiana. Un erudito ha señalado que por Temistocle Solera y no por Auguste Mariette.​ El libreto de Metastasio Nitteti (1756) fue una fuente principal de la trama.

En contra de la creencia popular, la ópera no se escribió para conmemorar la inauguración del Canal de Suez en 1869, ni tampoco para el Teatro de Ópera del Jedive (que se abrió con el Rigoletto de Verdi) en el mismo año. A Verdi le pidieron componer una oda para la apertura del Canal, pero declinó la petición arguyendo que no escribía "piezas ocasionales",​ pero comenzó a barajar la idea de componer una ópera. Pasha intentó convencer nuevamente a Verdi, e incluso a Gounod o Wagner, abriendo la posibilidad de componer una ópera. Cuando Verdi leyó el argumento escrito por Auguste Mariette lo consideró como una buena opción y finalmente aceptó el encargo el 2 de junio de 1870.

La ópera no especifica de manera muy precisa el período histórico en que se desarrolla, pero parece que es dentro del Reino Antiguo.​ Para la primera representación. Giuseppe Verdi nunca se habría imaginado que una de las óperas por las que se le recordaría sería AidaNo fue su decisión componerla, de hecho, rehuyó la petición del virrey de El Cairo en varias ocasiones hasta que este último le amenazó amablemente con pedírselo a otros grandes compositores de la época como Wagner o Gounod. Con ese flechazo directo al orgullo del músico italiano, este finalmente aceptó escribir una ópera de temática egipcia aunque tras el trabajo ni siquiera asistiría al estreno en el nuevo teatro de El Cairo. La representación fue grandiosa, como detalle citaremos que la corona que ceñía Amneris era de oro macizo y las armas de Radamés de plata. Dos meses mas tarde se estrenó, con la presencia de su autor, en el Teatro de la Scala de Milán, el 8 de febrero de 1872.  Constituyó un éxito clamoroso y el maestro tuvo que salir a saludar 32 veces. En esta versión de la Scala, que ha quedado como definitiva, Verdi le añadió la famosa aria para soprano O patria mia.


Argumento: Aida, una princesa etíope, es capturada y llevada a Egipto como esclava. Un comandante militar, Radamés, lucha al dividirse entre su amor por ella y su lealtad al Faraón. Para complicar la historia aún más, Radamés es objeto del amor de la hija del Faraón, Amneris, aunque él no corresponde a sus sentimientos. Aida, que está también en secreto enamorada de Radamés, es la hija capturada del rey etíope Amonasro, pero sus captores egipcios no son conscientes de su verdadera identidad. Su padre ha invadido Egipto para liberarla de la esclavitud. El Rey de Egipto declara la guerra y proclama a Radamés para ser el hombre elegido por la diosa Isis como líder del ejército.

Radamés regresa victorioso y las tropas marchan dentro de la ciudad. Agradecido, el rey de Egipto declara que Radamés será su sucesor y el prometido de su hija. Aida y Amonasro (padre de Aida) permanecen como rehenes para asegurar que los etíopes no se vengarán de su derrota. 
A la noche,  Aida espera encontrarse con Radamés tal como habían planeado. Amonasro aparece y obliga a Aida a que averigüe a través de Radamés dónde se encuentra el ejército egipcio. Cuando él llega, Amonasro se esconde detrás de una roca y escucha su conversación. Para que sea más fácil escapar, Radamés propone que usen una ruta segura sin ningún temor a ser descubiertos y también revela el lugar donde su ejército ha decidido atacar. El joven, traidor involuntario a su patria y sin posibilidad de recuperar a Aida sólo desea morir. Seguro de que, como castigo, será condenado a muerte, Amneris le pide que se defienda, pero Radamés lo rechaza firmemente. Él se siente aliviado al saber que Aida aún está viva y confía en que ella haya llegado a su propio país. 
​Radamés ha sido llevado al subterráneo del templo y sellado en una oscura bóveda, está enterrado vivo. Cree que está solo y confía en que Aida esté en un lugar más seguro. Pero oye un suspiro y descubre en la tumba a su amada, quien se ha escondido en la bóveda para morir con Radamés Aceptan su terrible destino, unen sus voces en el célebre y se despiden de la tierra y sus penas.

 En Aida se juntan la esclava etíope que sufre por el devenir de su pueblo pero también, el amor por el guerrero que conducirá el ejercito egipcio. Ella se siente sin escapatoria ante este dilema, y sólo ve la muerte como una salida al mismo. Sin embargo, como suele ocurrir en la ópera, la heroína es un mero obejto del destino en el que sólo el hombre puede intervenir. Radamés como jefe del ejército egipcio puede obtener la victoria y decidir sobre su destino, y Amonasro, padre de Aida y rey de los etíopes, decide utilizarla a ella para lograr la victoria sobre los invasores de su pueblo. Realmente vemos a una mujer dividida y manipulada en aras del amor romántico y del amor paterno, también incluso del amor a la patria, lo que le crea un conflicto difícil de solucionar. Ella intenta encontrar otra opción, que es huir junto con Radamés, a lo que éste se niega y peor aún, su padre interviene para traicionarlos a ambos. Ella, tricionada y manipulada por su propio padre decide morir con su amado. No sé hasta qué punto podría haber intentado huir sola, sin tener que elegir entre uno u otro, y poder vivir una vida lejos de los hombres que la intentar dominar sin respetar uno su lealtad a la patria y el otro el amor carnal. Seguramente todo le habría ido mucho mejor a la princesa etíope si no se hubiera enamorado "locamente" (¿hasta qué punto locamente o huyendo de un padre cruel e impositivo?) de su enemigo. 
AIDA 
Ritorna vincitor!  
E dal mio labbro uscì  
l'empia parola! 
Vincitor del padre mio,  
di lui che impugna l'armi 
per me, 
per ridonarmi una patria, 
una reggia e il nome illustre 
che qui celar m'è forza!   
Vincitor de' miei fratelli...  
ond'io lo vegga,  
tinto del sangue amato,  
trionfar nel plauso 
Dell'egize coorti!   
E dietro il carro, un re, 
mio padre, di catene avvinto! 
L'insana parola, 
o numi, sperdete! 
Al seno d'un padre 
la figlia rendete; 
struggete le squadre 
dei nostri oppressor!   
Ah, sventurata! 
che dissi? 
E l'amor mio? 
Dunque scordar poss'io 
questo fervido amore che,  
oppressa e schiava, 
come raggio di sol 
qui mi beava? 
Imprecherò la morte a Radamès,  
a lui ch'amo pur tanto! 
Ah! non fu in terra mai 
da più crudeli angosce  
un core affranto! 
I sacri nomi 
di padre, d'amante 
nè profferir poss'io, ne ricordar. 
Per l'un, per l'altro,  
confusa, tremante, 
io piangere vorrei, vorrei pregar. 
Ma la mia prece 
in bestemmia si muta, 
delitto è il pianto a me, 
colpa il sospir. 
In notte cupa 
la mente è perduta, 
e nell'ansia crudel 
vorrei morir. 
Numi, 
pietà del mio soffrir! 
Speme non v'ha pel mio dolor. 
Amor fatal, tremendo amor 
spezzami il cor, 
fammi morir! ecc.       
AIDA
¡Vuelve vencedor!
¡Y mis labios pronuncian 
esa palabra impía!
Vencedor de mi padre,
de él que empuña las armas 
por mí,
para devolverme una patria, 
un reino y el ilustre nombre
que aquí me es forzoso ocultar.
¡Vencedor de mis hermanos...
Quizás lo vea,
teñido de sangre amada,
triunfar entre el aplauso
de las cohortes egipcias!
¡Y tras su carro, un rey,
mi padre, cargado de cadenas!
¡Oh, dioses, olvidad
esas palabras insensatas!
Devolved a la hija
al seno de su padre;
¡destruid los escuadrones
de nuestros opresores!
¡Ah! ¡Desgraciada!
¿Qué estoy diciendo?
¿Y mi amor?
¿Acaso puedo olvidar
este amor ferviente que aquí,
aunque esclava y oprimida,
como un rayo de sol
me ha hecho feliz?
¡Desearé la muerte a Radamés,
a él, al que tanto amo!
¡Ah!, nunca en la tierra
se vio un corazón desgarrado
por angustias más crueles.
Los sagrados nombres
de padre, de amante,
no puedo pronunciar ni recordar.
Por eso me hallo,
confusa y temblorosa,
quisiera rogar, por uno y por otro.
Pero mi plegaria
se transforma en blasfemia.
El llanto es delito para mí,
y culpa el suspiro.
Mi mente está perdida
en la noche oscura,
y en esta angustia cruel
quisiera morir.
¡Dioses, 
apiadaos de mi sufrimiento!
Mi dolor no tiene esperanzas.
Amor fatal, tremendo amor,
despedázame el corazón,
hazme morir!, etc.     


  
Leontyne Price como Aida


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