miércoles, 27 de abril de 2016

Una tarde cenicienta y mustia

Es una tarde cenicienta y mustia,

  Es una tarde cenicienta y mustia,
destartalada, como el alma mía;
y es esta vieja angustia
que habita mi usual hipocondría.
    La causa de esta angustia no consigo
ni vagamente comprender siquiera;
pero recuerdo y, recordando, digo:
-Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.
    Y no es verdad, dolor, yo te conozco,
tú eres nostalgia de la vida buena
y soledad de corazón sombrío,
de barco sin naufragio y sin estrella.
    Como perro olvidado que no tiene
huella ni olfato y yerra
por los caminos, sin camino
, como
el niño que en la noche de una fiesta
    se pierde entre el gentío
y el aire polvoriento y las candelas
chispeantes, atónito, y asombra
su corazón de música y de pena,
    así voy yo, borracho melancólico,
guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla.

                                   Antonio Machado

La melancolía acompaña al poeta desde la infancia, y en esa su melancolía se siente solo y olvidado como el perro abandonado y despreciado por todos vaga como una sombra huidiza, desorientado, mendigando un trozo de pan duro con que aliviar el hambre que le consume, buscando un rincón donde echarse a dormir extenuado fuera de la vista de los que lo odian y lo quieren echar de su humilde refugio improvisado.
Una persona melancólica es como un perro abandonado, nadie la quiere a su lado, inspira repugnancia, incomprensión, todos quieren echarla lejos por temor a que les ensucie o contagie. 
Que otros se encarguen del perro sucio y famélico, visión incómoda y desgarradora que nadie quiere tener en casa.
Que se lo lleven a la perrera, con sus semejantes, para que yo, sin ensuciarme las manos, me quede tranquilo, sin pensar en lo que pasa en esa perrera. Como en los manicomios a donde llevaban a los que hacían y decían cosas que molestaba oír  y ver y cuestionaban el orden imperante, locos o no.
El perro abandonado busca una mano amiga que lo acaricie como quien busca un dios. Una mano que lo consuele en su desfallecimiento, que lo acune en sus pesadillas, que le limpie las heridas, que le ofrezca un poco de comida, la que sea, pero ofrecida desde el amor y la compasión. No seguirá a cualquiera que le tire unas migajas porque sabe cuándo lo poco o mucho que le dan se lo han dado con amor de verdad.
A ese perro abandonado por la manada humana feliz y ciega a veces le cuesta confiar.
 Es posible que no llegue a hacerlo nunca si las heridas de su alma son profundas, porque a un ser que ha sufrido el rechazo y la traición de aquellos a quienes más amó, a veces el alma rota no vuelve a recomponérsele.
Será un alma con cicatrices profundas, dolorosas, que cuando haga frío sentirá que se le retuercen las fibras más profundas y tendrá que huir y esconderse en lugar seguro.
No es fácil querer a un perro abandonado, a un corazón sombrío, a un barco sin naufragio y sin estrella, a un alma destartalada.





2 comentarios:

  1. Es cierto, las personas en general no quieren rodearse de tristezas y angustias, pero es que no hay nada más humano que la infelicidad.
    Hay que convivir y saber hacerlo con ella ...

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  2. Cierto! sobre todo porque nadie está libre de ella.

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